lunes, 26 de febrero de 2018

JINETES EN EL CIELO de Eduardo Torres-Dulce



Hoy os invito al Cine, al cine de mi infancia y al cine que, siempre que tengo ocasión, visiono, una y otra vez. Mi abuela era una gran aficionada al Cine. Y es sabido que los nietos y los abuelos siempre tienen una suerte de alianza clandestina. Yo la tuve. Y fue aquella clandestina complicidad, el más bello de cuantos regalos hubiera podido imaginar. 

Tanto es así que su sombra se ha alargado en el tiempo de mis años. Porque, a decir verdad, sigo leal a ella. Sí, pese a los reglones torcidos que la vida en su oficio escribe, sigo vadeando Rio Grande a caballo y me inspira, profundamente, la fuerza irlandesa de Maureen O' Hara . 
Y es que Irlanda ha pasado a ser de la familia... Y una sutil intuición me dice que la «Isla esmeralda» será la tierra de mis nietos… 

 He de decir, en honor a la verdad, que el caballo es para mí el animal más hermoso y noble, hecho éste por el cual, también, os invito a esta trilogía de la caballería de uno de los grandes cineastas: John Ford, y que  ha  escrito y analizado, magistralmente, Torres-Dulce. 

Lo cierto, y eso lo sé ahora, es que me gustaba, y aún me gusta, evadirme y soñar con esas gestas homéricas: ¡Tardes de Cine con sueños a galope! 
Y en «Jinetes en el Cielo» existen caballos hermosos, héroes de gran humanidad y se forjan sueños que alcanzan a los mismísimos dioses… 

 ¡No se puede pedir más! 

 ¡Os deseo que el buen Cine os procure sueños a galope tendido! 


 LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA OBRA 



 Entre 1948 y 1950, John Ford rodó Fort Apache, La legión invencible y Río Grande. El prolífico director filmó en ese tiempo tres películas más, pero las citadas -y dentro de su amplia y magistral dedicación al western- han adquirido una identidad propia al ser agrupadas por la crítica bajo el rótulo de “Trilogía de la Caballería”, pues están dedicadas a las actividades de ese cuerpo del ejército de los Estados Unidos en el último tercio del XIX, lo que las dota de unas características comunes, refrendadas por múltiples ingredientes de estilo y producción compartidos. Con su socio Merian C. Cooper -creador de King Kong- y para su productora independiente Argosy, John Ford dirigió en su mítico escenario de Monument Valley esas tres películas de fuerte vocación historicista y pulsión por la leyenda, basadas en relatos de James Warner Bellah -sobre episodios reales o susceptibles de serlo, y siempre con observaciones realistas- e inspiradas en su planteamiento visual en pintores como Charles Schreyvogel y, sobre todo, Frederic Remington. Fueron películas rodadas con presupuestos austeros, en poco tiempo (seis-siete semanas) y con la proverbial frugalidad de tomas de John Ford. John Wayne estuvo en las tres, si bien el protagonista de Fort Apache fue Henry Fonda. Eduardo Torres-Dulce (Madrid, 1950) ha sabido encontrar en esta trilogía fordiana un corpus compacto, dotado de personalidad y de cohesión interna para elaborar un excelente ensayo, acorde -como explica en el prólogo- con su propia memoria y experiencia cinéfila de joven espectador de películas y joven lector de novelas del Oeste. 


Torres-Dulce (Armas, mujeres y relojes suizos) es un crítico de entraña cinéfila, pero, una vez más, demuestra que tal condición no se sustancia, en su caso, en un mero ejercicio de nostalgia o de evocación idealista, sino que se despliega bajo otros, al menos, tres requisitos combinados: la investigación prolija de datos y referencias de toda índole, el análisis tanto del discurso visual como del ideológico -y de su imbricación- y la escritura que, finalmente, congrega elementos críticos, periodísticos e historiográficos con una prosa de calidad que propicia una lectura altamente satisfactoria desde un punto de vista exclusivamente literario. 

 Torres-Dulce suele exhibir una mirada humanista, atenta a los valores conservadores-liberales susceptibles de poder ser aceptados universalmente, que, naturalmente, encuentran en el cine de Ford y en estas tres complejas -más de lo que parecen- películas un objeto de reflexión muy propicio: personajes con conflictos morales importantes, ideas en liza con la propia conciencia y con las ideas de los otros, un material que Torres-Dulce desgrana con detalle, revelando con minuciosidad cómo el cine de Ford -que el gran público consume por sus tramas o por su acción- estaba fundado en personajes interiormente desgarrados y en pugna -entre aciertos y errores- con sus convicciones y sentimientos. 

 Jinetes en el cielo parece tomar su título de una inolvidable canción country de Stan Jones (Riders in the sky), versionada en su día, entre otros, por Bing Crosby y Raphael. El libro se estructura en tres partes correspondientes a cada una de las tres películas en orden cronológico, pero lo interesante es cómo cada parte se desglosa en muy legibles fragmentos de corta duración que acaban componiendo una especie de gran puzzle. Es preciso destacar la muy buena edición gráfica, con aportaciones de las portadas y de las páginas de las revistas en las que James Warner Bellah -gran coprotagonista del libro- publicó sus relatos, así como con imágenes de las películas, glosadas con oportunidad e intención esclarecedoras en los pies de fotos.
http://www.elcultural.com/revista/letras/Jinetes-en-el-cielo/29719
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