viernes, 29 de julio de 2011

OJOS AZULES de Arturo Pérez- Reverte


Os invito a que os detengáis en una “miniatura”: “Ojos azules” de Arturo Pérez–Reverte (Cartagena, 1951) Os invito a la “joya” de la narrativa de Pérez-Reverte, en 30 páginas. Una edición ilustrada, magistralmente, por Sergio Sandoval en los Únicos de Seix Barral. Es una edición de esas que hay que “acariciar”. “Ojos azules” me lo regaló un amigo que conoce muy bien mi inclinación por los libros hermosos y mi afición por olerlos y manosearlos. Era la primavera de 2009. Una de las mejores primaveras de mi vida. Su azul épico me amarró a la batalla del soldado, que esperaba un hijo de una india, aunque sus planes eran regresar a Castilla rico y vivir como un hidalgo. ¡Qué bien se lo había luchado!
A Pérez –Reverte lo conocí por aquello de que yo también nací en el Mediterráneo, en la tres veces milenaria ciudad de Cartagena, y porque cuando de niña me sumergía en el mar, también encontraba ánforas que me hablaban de siglos pretéritos y de batallas libradas a fuerza de jugarse el tipo. Ni un ápice de cobardía me enseñó ese mar. Después ya lo veía en televisión entre palabras y cañonazos. Inmutable, sangre fría, valor, honor. Más tarde, su singular forma de utilizar el lenguaje lo ha consagrado como un Académico y un escritor, que a nadie deja indiferente. El resto es historia.
Os invito a un viaje que nos llevará a la noche del 30 de junio de 1520. Un viaje a “la noche triste” de la conquista de México. Es una pincelada narrativa tan honda como certera. Es la narrativa con “Patente de Corso”. Os propongo que os sirváis una copa del mejor vino, lo necesitaréis para comprender al soldado de “Ojos azules”. Ya que como nos cita Pere Ginferrer en el Prólogo, aludiendo a Emerson y a Borges: “comprendiendo un momento de la vida de un hombre, podremos comprender toda su vida”.
La vida, en las batallas, “comprende” todas las grandezas y todas las miserias. Al fin y al cabo lo que somos.

Os he seleccionado algunos fragmentos de aquella noche mestiza:

“Para morir anciano y honrado sin deber nada a nadie, porque hasta el último gramo de oro lo había ganado con su sangre, sus peligros, sus combates, su salud y su miedo…” ( Pág, 14)

“El soldado de los ojos azules peleó con bravura, a la desesperada, chapoteando en el barro, abriéndose paso a estocadas… ( Pág, 24)

“ Ojalá, pensó, mi hijo tenga los ojos azules” (Pág, 36)

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