miércoles, 16 de diciembre de 2015

EL TAMBOR DE HOJALATA de Günter Grass


Hoy os invito a un juguete siniestro, aunque con apariencia bondadosa. Y es que así son las apariencias: engañadoras. ¿Habéis tenido un tambor cuando eráis niños? ¿Habéis molestado con él? Pues el protagonista de "El tambor de hojalata" no se desprendió de él, no creció. Y es que a veces el asunto-excusa de "madurar-crecer", tiene matices. 

 Conocí a Oscar u Oscarito, como se llama el protagonista, en 1978, con la Constitución y en sede universitaria, harta de dictadura e inundada de ideales. La obra llegó como el maná, además había estado censurada, hecho éste que le otorgaba un valor añadido. Y por aquel entonces, que no hace tanto, lo censurado era, a priori, algo interesante. En este caso también lo fue a posteriori. 

 Oscar es un niño que se niega a crecer, para poder imponer su voluntad, es manipulador y compulsivo. "El día de su tercer cumpleaños es un fecha determinante en la vida de Oscar, el pequeño que no quería crecer. No sólo es el día en que toma la decisión de dejar crecer, sino que recibe su primer tambor de hojalata, objeto que habrá de convertirse en compañero inseparable para el resto de sus días". 

 La novela, a la que os invito, es más perversa en su intención y libertad creadora. Es un "tocho" que algunos no pudimos "digerir" en el primer asalto. Si bien, entre palabras, café y tabaco, lo esencial lo captó nuestra joven hambruna de futuro. 

 Grass la escribió en un piso pequeño y malsano de París, donde vivía con su mujer y sus hijos gemelos. Allí fue donde esculpió a Oscar Matzerath, el niño que decide dejar de crecer, un enano, un loco sexualmente obseso, un criminal... es la conciencia -si esos tipos tienen conciencia- del Tercer Reich que Oscar, con sus redobles, destruye. 

Un tambor de hojalata, puede ser algo más que un juguete anodino y analógico... Negarse a crecer, según los cánones establecidos, puede ser una forma de tocar el cielo. 

Recordad: las apariencias engañan y un tambor de hojalata puede ser una pejiguera o un trasto sesudo. 

¡Os deseo que nunca perdáis las ganas de jugar! 


 LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA NOVELA 

"Grass, reconocidamente, se inspira en la novela picaresca española y, más de cerca, en el Simplicius Simplicissimus alemán, inspirado a su vez en ella. El libro, aparecido en Alemania en 1959, fue publicado en español en México en 1963 por la benemérita editorial Joaquín Mortiz. En España, por blasfemo y pornográfico, estuvo prohibido hasta que en 1978, coincidiendo con un sonado viaje de Günter Grass a Madrid, lo editó Alfaguara, en la traducción de Carlos Gerhard.

Medio siglo después, en 2009, también Alfaguara publica otra traducción (a cargo de quien firma estas líneas). El nuevo texto, sin querer suplantar al anterior, corrige errores, reelabora pasajes y goza de la ventaja de haber contado con el apoyo y consejo del propio Grass, que llevó a sus traductores a Danzig en 2005 para mostrarles sobre el terreno los lugares de la acción y aclararles cualquier duda. Ambas traducciones existen también en libro de bolsillo. 

En realidad, El tambor de hojalata es un libro de aventuras maravillosamente escrito y, en algunos pasajes, roza anticipadamente lo que hoy se calificaría de realismo mágico. La llamada “trilogía de Danzig” se compone del Tambor y de otras dos novelas: El gato y el ratón (1961) y Años de perro (1963), ambas traducidas asimismo al español por Carlos Gerhard. La primera es una especie de novela breve que en un momento dado se separó deEl tambor de hojalata, madurando por su cuenta. Su protagonista, Joachim Malke, es un muchacho alemán como tantos otros, a punto de ser llamado a filas, cuya característica más acusada es poseer una enorme nuez o bocado de Adán que lo acompleja. Cree solucionarlo si consigue la preciada Cruz de Hierro que, colgada de su cuello, ocultará su defecto. 

Grass recupera en su novela personajes y ambientes de El tambor y utiliza en él sus recuerdos de auxiliar de la Luftwaffe. Para su crítico más feroz, Reich-Ranicki, El gato y el ratón figura entre lo mejor que Grass ha escrito nunca. En cuanto a Años de perro, no es un libro fácil pero señala el punto más alto de lo que pudiera llamarse el Grass “experimental”. Reeditada en Alemania el pasado año con fantásticos grabados de su autor, este no vacila en considerarla su mejor novela. 

El libro toma como pretexto la anécdota de un perro pastor que regala a Adolf Hitler la ciudad de Danzig y, mediante tres personajes narradores, va dibujando el retrato de toda una época. Salman Rushdie dice que, como escritor, aprendió en esa novela algo importante: “Cuando lo hayas logrado una vez, empieza otra vez desde cero y hazlo mejor”. Miguel Sáenz es el traductor de Günter Grass al español.

jueves, 5 de noviembre de 2015

DILAS de Julia Sangro



Hoy os convoco en torno a un libro único, a una joya. Y al tiempo pienso que soy poco original, que me faltan palabras... o tal vez me sobran... No lo sé y tampoco me importa. Os invito a "Dilas" ¿Aceptáis?  Gracias, de Él no regresareis. 

Todo en "Dilas" es una sobredosis de amor por alguien. Un amor de esos que pese a no poder ser, fue. Sí, un amor que no mató el tedio de la realidad ni el tiempo donde habita el olvido. 

Este amor, que nos cuenta Julia Sangro, no mató ni murió. Y lo lamento por aquellos que opinan que amores que matan nunca mueren. Será la forma en que lo dejó escrito: al albur de las rimas del "Viento amigo". Lo cierto es que ese amor vivió al ritmo que la vida, siempre tan imprecisa, le prestaba en los renglones o en las notas al margen. Es como si se tratase de un amor que glosa una compilación del amor. 

Ella, Julia Sangro, nos legó la esencia...  "Dilas" abriga el corazón y lo posa en una primavera eterna... con una "Ofrenda":

"A todo hombre que ame o haya amado, 
 A toda mujer capaz de querer" 

Porque "Dilas" "Se escribió en cualquier tiempo y para leerlo en cualquier tiempo..." 

Leedlo y albergareis la idea de que ese alguien a quien esperáis, regresa... ¡Mas no, no regresa, porque nunca se marchó...! 






ALGUNAS "DILAS" 

"Dila que ¡cada hombre tiene la fatalidad de encontrar a su Elena! 

"Dila que no me impida que cante mi fracaso: que como el cisne, canto cuando voy a morir" 

"Dila cuán idiotas son mis ojos...,¡¡¡ que sólo ansían ver a quien maldicen haber visto!!!

 "Dila que anoche quemé (¡mal ardía!) aquella "obra impublicable" que escribimos tan juntos..." 

"Dila que hice mi amor de una desgracia, y siempre me acompaña" 

"Dila " Céfiro, suave" muy suave, que tengo su voz metida en el tímpano, y que, a veces soy tímpano todo yo: ¡tímpano el alma entera, tímpano el cuerpo entero!" 




 LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA AUTORA Y DE LA OBRA 



 "Julia Sangro fue mujer de Jaime Miralles, abogado que se significó en la lucha contra el régimen de Franco (lo que le costó el destierro y muchísimos problemas que su esposa supo sobrellevar a pesar de quedarse sola al frente de una familia numerosa), e hija de uno de los últimos ministros de Alfonso XIII. 

En ese sentido, su vida quedó enmarcada en épocas convulsas de la historia de España, que no fueron razón para hacer de su experiencia una causa trágica. Más bien, quienes la conocieron hacen honores a su simpatía y a la bohemia que pasó por su hogar, definitiva en la fragua de la personalidad singularísima de los hermanos Miralles Sangro. 

En todo caso, la intrahistoria de Dilas merece una explicación: no era Julia (Julita, como la conocían) una escritora experimentada. Ni siquiera lo pretendió. Sin embargo, fueron abundantísimas sus lecturas y los momentos –sobre todo en su juventud- que dedicó a rasgar cuartillas con una caligrafía tan singular como reconocible, quizás porque del pulso le brotaba la necesidad de contarse a sí misma los ecos del desgarro que la Guerra dejó en aquella joven generación que se vio zarandeada por el odio, sin buscarlo ni quererlo. Dilas ha vivido el sueño de los justos durante casi setenta y cinco años (no es fácil datar el manuscrito). 

Primero lo conservó la autora, como se guardan los tesoros que sólo tienen valor para uno mismo. Pero al atisbar su muerte, quiso depositar aquellas cuartillas en las manos de su hijo Luis, quien ha respetado la mudez del texto durante varios decenios hasta que, en el propósito de que el olvido no se trague la obra de aquella muchacha que jugó con la belleza de las palabras, se ha decidido a entregarlas al editor. 

Prologadas por el propio Luis y por su hermano Pedro Pablo (que hacen una semblanza de la historia de Julita, del hogar familiar, de los vaivenes a causa de la política, así como una ligera aproximación a un texto inclasificable), Dilas deja en el lector el sabor agridulce de todo lo que la pluma de la autora decidió esconder. 

En Dilas hay tres protagonistas: el yo, el tú y el lector. El yo de aquel que anhela con fiebre un amor interrumpido. El tú que es, en el cuerpo y el alma de una tal Rosario, el amor ausente, finalizado y roto. Todo lo que el yo expresa está cosido por la tragedia. Es la necesidad de seguir amando a la mujer por la que ha nacido, para la que ha nacido. Cree verla en todas partes, pero sabe que ya no está. 

Elaborado mediante brevísimos párrafos, casi todos iniciados con un “Dila…” que nos habla de un tercer personaje: aquel que tiene el libro entre las manos. La obra de Sangro tiene aires de prosa poética, por más que la jovencísima autora, por aquel entonces, no tratara de escribir poesía. Pero, al tiempo, pudiera Dilas formar parte del género narrativo, aunque nos falte un tiempo y un espacio para el desarrollo de la trama, tan breve como sutil. 

Dilas nos ha llegado tal y como lo dejó Julia Sangro, con las imperfecciones propias de quien no se molestó en revisarla, con la mágica inocencia de quien nunca pensó que un día llegaría a publicarse. Es parte del acierto de los hijos de la autora: respetar y homenajear el don de su madre".
Por Miguel Aranguren. 

lunes, 19 de octubre de 2015

TRISTES TRÓPICOS de Claude Lévi-Strauss


Los noticieros nos hablan, incesantemente, de los refugiados, de las personas que huyen de las guerras, de la hambruna, en definitiva: del infierno; para adentrarse en el paraíso que se les antoja que es Occidente, Europa. 
Por ello, hoy deseo invitaros a una gran obra “Tristes trópicos” de Lévi-Strauss, publicada en 1955,  que tal vez arroje un poco de luz a esa egocéntrica ceguera irreflexiva, que nos impide apreciar la existencia de otras realidades, más allá del país o lugar del mundo, en donde, por azar, hemos nacido o vivimos. 

 ¡No somos impermeables al inmenso drama de los refugiados! ¿O tal vez sí? Porque más bien pareciese que "los gestos" denotan que para "ponernos en su lugar" nuestra sensibilidad empática no hubiera logrado aún la madurez necesaria. 

  Sin embargo, nos decimos, una y otra vez, lo mismo que Lévi-Strauss: "La injusticia, la miseria y el sufrimiento existen (…) No estamos solos, y no depende de nosotros permanecer ciegos y sordos a los hombres" "Pues vivimos en varios mundos, cada uno más verdadero que el que contiene, y él mismo falso en relación con el que lo engloba. Los unos se conocen por la acción, los otros se viven pensándolos (…)” . Mas la pregunta es: ¿Cómo conocemos el mundo de los refugiados? Y es que la respuesta se presta a demasiada moralina de conciencias que prefieren estar en paz con el mundo  que en guerra con ellas mismas. Mal asunto.

“[...] Por ello Lévi-Strauss defenderá la existencia de "un óptimo de diversidad que las sociedades humanas no pueden exceder pero por debajo del cual tampoco pueden situarse sin peligro". Un óptimo de diversidad respecto al cual "habrá que reconocer que deriva en una gran parte del deseo de cada cultura de oponerse a las que la rodean, de distinguirse de ellas, en una palabra, de ser ellas mismas; no se ignoran entre ellas, se sirven unas a otras si llega el caso, pero, para no perecer, es preciso que, bajo otras relaciones, persista entre ellas una cierta impermeabilidad" 

“Será una posición que suscitará numerosas polémicas. Por ejemplo la que tuvo lugar al hilo de la lectura en la UNESCO, en 1971, de su conferencia "Raza y cultura", cuando un auditorio que esperaba, tal vez, la repetición de los argumentos críticos con el racismo de otra conferencia leída veinte años antes:"Raza e historia", se tropezó con la tesis de la bondad de cierta impermeabilidad y mantenimiento de diferencias entre culturas. 

"Nadie como Lévi-Strauss señaló con tan poca piedad, y no sin gran parte de razón, el absurdo de esas -hoy también- omnipresentes "palabras bienintencionadas que aspiran a superar antinomias tales como "conciliar la fidelidad a sí mismo y la apertura hacia los otros", o a favorecer simultáneamente, "la afirmación creadora de cada identidad y la aproximación entre todas las culturas" 

"Polémicas aparte, lo interesante es destacar cómo la teoría del óptimo de diversidad de Lévi-Strauss es, de nuevo, deudora de una manera de pensar la diferencia, formateada en "culturas" distantes, de sólidas fronteras espacio-temporales[...]”. 

Tal vez, en poco tiempo, en este mismo lugar, otros refugiados tan desesperados como los que ahora visionamos desde nuestras amañadas conciencias y desde nuestro paradisíaco Estado del Bienestar, estén en esa encrucijada que es el exilio… 

Tal vez sean nuestros descendientes o nosotros mismos... Y será entonces cuando lloraremos lo que hemos podido ver y no hemos visto. Víctimas de una ceguera perversa y de un buenismo conciliador e hipócrita todo lo que percibimos nos hiere, sí. Pero nos hiere lejano o nos deja insensibles, incluso no deseamos darles asilo porque son "diferentes..." "diferentes" sin poner en valor el "óptimo de diversidad" que nos legó Lévi-Strauss.  

Y será en ese nuestro exilio, en ese otro tiempo, como refugiados, que hoy se nos antoja impensable y de todo punto improbable, cuando "nos reprocharemos no haber sabido mirar lo suficiente..." 

 ¡ Deseo que jamás oficiemos de "burócratas de la evasión"...!!!  

¡¡¡Y que nos tomemos el tiempo suficiente para mirar con el pensamiento y con la acción!!!



LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA OBRA 

Por Montserrat Cañedo Rodríguez:

“[…]Con el pasaje de la travesía marítima desde Marsella a Santos comienza el despliegue de Tristes trópicos como un libro de aventuras. A la manera de los clásicos del género, el viajero se precipita a un sinnúmero de peripecias unas veces peligrosas, otras absurdas, algunas cómicas, complicadas e imprevisibles casi siempre, y sobre todo exóticas a los ojos de sus lectores, habitantes del mundo del que el mismo protagonista procede, del lado de la más previsible y aburrida civilización. Las incursiones de Lévi-Strauss, al encuentro de los distintos pueblos indígenas, en el sertón o en la selva brasileñas están, entonces, trufadas de aventuras, en cuyos detalles se recrea a menudo el escritor con una prosa barroca, demorada, con gusto por la descripción, una prosa que revela además la profunda habilidad de Lévi-Strauss para colocar en amplias perspectivas de observación y análisis los más pequeños y diversos detalles y objetos con los que se topa en sus exploraciones, a partir de los cuales es capaz de proyectar sentido sobre civilizaciones enteras, descubriendo variantes, declinaciones, combinatorias de un mismo modo de ser humano. Su travesía por el tan denso como despojado de toda vida mar de los Sargazos, es ocasión para toda una panorámica histórica sobre la conquista de América. Más osada es su reflexión sobre la historia de las religiones (el budismo, el cristianismo y el islamismo puestos en perspectiva comparativa) que lleva a cabo a partir de sus impresiones del Fuerte Rojo o la Gran Mezquita de Delhi, el Taj Mahal de Agra u otros señalados edificios de la arquitectura india. En las barras y espirales de los tatuajes caduveo halla reminiscencias de los estucos y los hierros forjados del Barroco español. La que llama su "inteligencia neolítica", capaz "de abrasar suelos a veces inexplorados y fecundarlos para sacar precozmente algunas cosechas" pero inhábil "para cultivar sabiamente un terreno y recoger año tras años las cosechas" 

[...] Hay en el libro muchas descripciones de la dureza de los caminos, de las marchas, donde las dificultades a veces extremas ponen a prueba la constancia, la tenacidad y la fortaleza del explorador: una jornada entera remontando una corriente fluvial bajo la tormenta, achicando constantemente el agua de la piragua y abriendo casi a tientas, al oscurecer, un claro en la selva donde hacer noche, para descubrir que se está apenas a unos metros del lugar de salida, los cuales habrían podido salvarse más fácilmente a pie que siguiendo el curso del meandro de un río. Boas de siete metros matadas a balazos y cuereadas al instante, con las propias manos. Menús compuestos de cola de caimán a la parrilla, o de loro asado y quemado al whisky. Trayectos en camiones por sendas a trechos intransitables, en las que continuamente hay que bajarse y descargar, improvisar un puente con unas pocas tablas para hacer avanzar a los vehículos, desmontar a continuación los improvisados andamios, volver a subir la carga y continuar la marcha, y así varias veces en una sola jornada, más de una vez terminando al final del día dormidos sin más sobre las mismas tablas, en pleno barrizal, vencidos por el cansancio, sintiendo cómo "desde las profundidades de la tierra nos despertaba el ronroneo de las termitas que subían a asaltar nuestras ropas y que ya cubrían a manera de capa hormigueante el exterior de los abrigos de caucho que nos servían de impermeables y de alfombras" (Lévi-Strauss 1955: 255)[...] 

[...] Otras veces las expediciones están sujetas al ritmo imprevisible de los bueyes, a la voluntad indomable de Piano, Maça-Barro, Salino o Chicolate, que un día se niegan a avanzar por la ruta establecida y otro deciden demorarse pastando durante jornadas enteras, mientras el explorador contiene a duras penas la frustración y la ira, resignándose a abandonar cualquier idea de control sobre el propio tiempo. Hay también descripciones de días, a veces semanas, destinadas a organizar las expediciones en los asentamientos que son la última frontera de la civilización, -Cuiabá, Pimenta Bueno-, oyendo narrar a los locales historias horrendas sobre los indios, esos tan próximos como lejanos "otros" -asesinos, caníbales, ladrones, monstruos-, mientras se hace acopio de permisos, bueyes, víveres, guías y objetos para el intercambio. Encuentros inesperados en los caminos (los garimpeiros que trabajan el diamante, los buscadores de oro, los seringueiros del caucho), con los que compartir una noche al calor de la lumbre, escuchando sus historias, apenas entreviendo formas exóticas de diversidad cultural. O semanas de transición, compases de espera; por ejemplo esa vez que el explorador agota sus recursos y, con los objetos acarreados para el intercambio con los indios, se ve obligado a abrir una tienda en una aldea de buscadores de caucho, donde "las prostitutas del lugar me cambiaban un collar por dos huevos, y no sin regatear" (Lévi-Strauss 1955: 305). 

[...] Hay en Tristes trópicos descripciones de experiencias culturales extremas: de asco, de asombro, de fascinación por la infinita capacidad humana para la creación de formas. Como la comida "partida", esa comida de lujo con la que son agasajados en Rosario Oeste, y que consiste en que la mitad de un pollo se presenta asada y la otra fría, con salsa picante. Y la mitad de un pescado frita, y la otra hervida. O el tocado ritual bororo de casi dos metros de altura que Lévi-Strauss consigue, no sin dificultad, para el Museo del Hombre, "a cambio de un fusil y mediante negociaciones que se prolongaron durante ocho días: era indispensable para el ritual y los indígenas no podían deshacerse de él hasta que consiguieran, en la caza, el surtido de plumas prescrito para confeccionar otro" (Lévi-Strauss 1955: 271). El deleite de la forma, también, ante la belleza de las figuras de las pinturas corporales de los caduveo, la disposición de las chozas en las aldeas bororo, los sufijos de la lengua nambikwara, -"que dividen los seres y las cosas en categorías; cabello, pelo y plumas; objetos puntiagudos y orificios; cuerpos alargados, ya sean rígidos o dúctiles; cosas que cuelgan o tiemblan…" (Lévi-Strauss 1955: 340)-, los cantos de los tupí-kawaíb. Y, también, hay en el libro descripciones logradísimas de experiencias puramente sensoriales de diferencia extrema: el aroma -tan diferente- del Nuevo Mundo, la "embriaguez olfativa" (Lévi-Strauss 1955: 93) que le embarga justo antes de desembarcar; la impresión de enormidad que todas las cosas producen en América, una "impresión violenta (…) que penetra y deforma nuestros juicios" (Lévi-Strauss 1955: 93); o lo que supone internarse en la selva y acostumbrarse a caminar, a habitar ese medio ambiente "que parece inmerso en un medio más denso que el aire: la luz sólo penetra enverdecida y debilitada; la voz no tiene alcance. El extraordinario silencio que allí reina, quizá resultado de esa condición, ganaría por contagio al viajero si la intensa atención que debe prestar a la ruta no lo incitara ya a callar. Su situación moral conspira con el estado físico para crear un sentimiento de opresión difícilmente tolerable" (Lévi-Strauss 1955: 429). La experiencia del trabajo de campo como eje sobre el que pivota el conocimiento antropológico no es sólo una experiencia intelectual, ni siquiera una experiencia que atañe a las emociones del sujeto; como una síntesis entre lo abstracto y lo concreto, es un conocimiento encarnado, una experiencia que compromete hasta el tuétano todo el ser del antropólogo como ser en el mundo. "¡Oh hurones, iroqueses, caribes, tupíes: heme aquí!" (Lévi-Strauss 1955: 92). 

[...] Como libro de aventuras,Tristes trópicos es una lectura para públicos amplios. Recrea ciertas convenciones del género y pone al aprendiz de antropólogo en la estela de los aventureros famosos, la de los personajes de Salgari, de Julio Verne, de Stevenson o, en clave más compleja, en la estela del Marlow conradiano o del capitán Ahab de Melville. Pero que el aventurero en este caso es un antropólogo lo demuestra la transparencia, en algunos pasajes del libro, de su ideal máximo de aventura; la transparencia del objeto de todos los desvelos, el destino de todos los esfuerzos, el santo grial del aventurero cuando no es un conquistador, ni un marinero, ni un evangelista, ni un comerciante, ni un buscafortunas. En sus propias palabras: "No existe perspectiva más excitante para un etnólogo que la de ser el primer blanco que penetra en una comunidad indígena. En 1938 esta recompensa suprema sólo podía obtenerse en pocas regiones del mundo, lo suficientemente escasas para poder contarlas con los dedos de una mano. Desde entonces esas posibilidades han disminuido más aún. Así pues, yo reviviría la experiencia de los antiguos viajeros y, a través de ella, ese momento crucial del pensamiento moderno en que, gracias a los grandes descubrimientos, una humanidad que se creía completa y acabada recibió de golpe, como una contrarrevelación, el anuncio de que no estaba sola, de que constituía una pieza en un conjunto más vasto, y de que para conocerse debía contemplar antes su irreconocible imagen en ese espejo desde el cual una parcela olvidada por los siglos iba a lanzar, para mí solo, su primer y último reflejo[…]" 

Los Tristes trópicos de Lévi-Strauss y el pathos nostálgico de la antropología Lévi-Strauss' Tristes tropiques and the nostalgic pathos of Anthropology Montserrat Cañedo Rodríguez Departamento de Antropología Social y Cultural. Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), Madrid.mcanedo@fsof.uned.es

lunes, 21 de septiembre de 2015

84, CHARING CROSS ROAD de Helene Hanff


Ahora que mi biblioteca está padeciendo una profunda enajenación, os invito a participar en un pequeño homenaje. ¿Aceptáis? Gracias. Tal vez este hecho la sane más que cualquier nostalgia, evocación o anhelo. Y es que, inexorablemente, Gutenberg va camino de la guillotina. Se derrumba ante nuestros ojos -que apenas miran de soslayo-, esa letra impresa envuelta en encuadernaciones bellas, reclamando caricias de tiempo y saber. Sí, del mismo modo que se derrumban los imperios. 

Para ese pequeño homenaje, he elegido la librería que estuvo situada en el 84 de Charing Cross Road. Librería enigmática que desapareció como un presagio. Y es que para aquellos que, además de leerlos, olemos los libros y los admiramos como piezas de museo, hallando un placer inexplicable en ello, una librería es un lugar sagrado. Ocupa en nuestras vidas un espacio, como el que viene a ocupar el mapa, siempre enigmático, de un pirata en pos de su tesoro. Porque a la postre en ellas, en las librerías, existen tesoros: los libros. 

Se forjan amistades en torno a este modus vivendi, como la que estableció durante 20 años Helene Hanff, con los empleados y los dueños de la librería situada en el 84, de Charing Cross Road. Amistades epistolares en forma de inquietud y premura, en donde hallar la edición con la que sueñas, se convierte, a su vez, para el librero en una apasionante labor detectivesca. Y para el lector: en una noche de magia que espera al día como quien espera a Papá Noel o a los Magos de Oriente. 
Sí, no todo está dentro de los libros, que también. Su envoltura, como en los regalos, los convierte en joyas. Separarte de ellos se asemeja a una amputación. Porque estar rodeada de su verbo, de su algarabía, te abriga de cualquier adversidad, de cualquier maleficio. Te procura una suerte de soledad multitudinaria. 

Ojalá que no confundamos valor y precio. Ojalá que la virtualidad, con su inmediatez y arrebato, conquiste su espacio sin ocupar ni invadir aquel otro espacio: el de una biblioteca con sus anaqueles y su desorden ordenado, al antojo del dueño. 

 Y dado que de nada sirve abandonarse a la añoranza, no añoremos… 

 ¡Tengamos siempre un libro muy cerca de nuestras manos y de nuestro corazón! 


LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA OBRA 

"En octubre de 1949, Helene Hanff, una joven escritora desconocida, envía una carta desde Nueva York a Marks & Co., la librería situada en el 84 de Charing Cross Road, en Londres. Apasionada, maniática, extravagante y muchas veces sin un duro, la señorita Hanff le reclama al librero Frank Doel volúmenes poco menos que inencontrables que apaciguarán su insaciable sed de descubrimientos. Veinte años más tarde, continúan escribiéndose, y la familiaridad se ha convertido en una intimidad casi amorosa. Esta correspondencia excéntrica y llena de encanto es una pequeña joya que evoca, con infinita delicadeza, el lugar que ocupan en nuestra vida los libros... y las librerías. 84, Charing Cross Road pasó casi inadvertido en el momento de su publicación, pero desde la década de los setenta se ha convertido en un verdadero libro de culto a ambos lados del Atlántico". Anagrama.

miércoles, 19 de agosto de 2015

PALABRAS DE AMOR de José Antonio Marina


Es tan propicio el estío al amor que no podía dejar de invitaros a una obra repleta de sentimiento amoroso. ¿Quién no ha tenido un amor tan radiante y efímero como el azul del mar? Guardad silencio, se trata de una pregunta retórica. 

Por otro lado, siempre me han gustado las cartas, las he escrito y las he recibido. Aún las escribo y aún las recibo. ¡No está nada mal para estar en la época de Internet! ¡Todo un logro! Es como una reivindicación. Sí, eso es. Le echo un pulso a lo inmediato, a lo concreto, a lo virtual. Y me siento tan complacida como el soldado que regresa a casa después de la batalla. Las cartas son, al menos para mí, una forma exclusiva donde hallo el reposo de los azares inciertos. Y en donde la espera, conforma una suerte de ilusiones en verso. 

Conservo las cartas de mis abuelos y las de mis bisabuelos y he de confesar que, faltando a una norma elemental de educación -dado que la correspondencia de los otros nunca se debe abrir-, las he leído y las releo, con pudor, pero las leo, porque me enseñan a manejar mis sentimientos. No tengo la menor idea de si, finalmente, los manejo pero leerlas me procura un sublime efecto placebo. Un día de estos tendré que deshacerme de algo tan íntimo… Lo sé. Bueno, ya lo pensaré mañana. 

 Hoy os invito a más de 1000 cartas de amor que, magistralmente, José Antonio Marina ha rescatado, desde todos los siglos, para nuestro deleite y conocimiento de esta algarabía que es el sentimiento amoroso, sin el cual no queremos vivir. ¡Antes morir de amor que de vacuidad! Pero no es tan sencillo. Nos dice el propio autor:

 "Es fácil la unificación emocional, es decir, que dos personas en un momento determinado, sientan unánime el mismo sentimiento: alegría, dolor, placer, entusiasmo, amor. Lo que es difícil es unificar dos vidas, dos caracteres, dos proyectos distintos e independientes hasta ese momento (...)". 

Y es que el amor, también va con los tiempos y las modas de cada tiempo. Ya sé que tal afirmación es poco poética. Si bien, el estudio de Marina lo demuestra sin ambages. Hemos de admitir que los seres humanos somos escasamente originales y esta herida narcisista hace que busquemos el amor como enajenados, de amor en amor, y sin demasiado éxito a pesar del esfuerzo de los amantes por “mantener la llama imposible”, a la que aludía Aleixandre. 

Siempre cabe la posibilidad de ser la excepción. Excepciones hubo, hay y habrá. El resto es una estrella que se balancea entre el amor estable-consolidado y el amor pasión. 

Algunos, sin embargo, saborearon ese deleite caprichoso y excepcional, casi divino, que se amalgama entre eros y filia… ¡Quien lo probó lo sabe! 

 André Gorz comienza así su carta a Dorine:

 “Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca (…) Necesito reconstruir la historia de nuestro amor para captar todo su sentido. Gracias a ella, somos lo que somos, uno por el otro y uno para el otro (…) Te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos (…)” 

¡Va por ellos! 


LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA OBRA 

 “El territorio del amor es vasto, selvático y frondoso. Se llega hasta él de forma inopinada y resulta muy difícil no extraviarse en sus laberintos y vericuetos. En un momento dado, dos personas se sienten atraídas una por la otra y entre ambas surge una comunión de emociones. Ambos se necesitan y de pronto no se ven capaces de vivir uno sin el otro. 

Esa fuerza inicial, esa pasión desbordante, no necesariamente proporciona la energía que sería precisa para unificar dos proyectos de vida diferentes hasta entonces, dos modos de mirar la vida, dos formas distintas de ser. Mantener la llama del amor a lo largo del tiempo es lo complicado. José Antonio Marina ha analizado más de mil cartas de amor de personajes famosos y desconocidos, muchas de las cuales figuran transcritas en el libro. Éstas son todas de escritores, puesto que son las mejor facilitan la tarea de analizar y describir las emociones, los sentimientos y las situaciones. 

 Cada persona vive el amor de un modo diferente, no cabe hablar de una fórmula única y universal válida para todos. Saber cómo lo vivieron otras personas, qué estrategias desarrollaron para hacerlo perdurar, para disfrutarlo al máximo viene a ser una ayuda a la que no cabría renunciar. 

Sin olvidar que leer las cartas de amor de Marco Aurelio, Franz Kafka, Simón Bolívar, Paul Verlaine o Emilia Pardo Bazán y todas las demás, proporcionan un verdadero deleite. Por escrito se dicen muchas más cosas que de viva voz. Ante el papel en blanco la gente no se muestra tan tímida y tiende más a explayar sus sentimientos, a explicar su pasión. 

No faltan quienes inmediatamente después de despedirse de su amor, todavía con la pasión tratando de escapar por todos los poros, corren a escribirle una ardiente carta. La lectura de esas cartas permite penetrar en el corazón de sus autores, conocer sus equivocaciones y disfrutar con sus aciertos. 

El libro está dividido en tres partes. En la primera hay una cartografía del amor; en la segunda hay un muestrario de biografías amorosas; y en la tercera hay un epílogo. No falta el siempre utilísimo índice onomástico”. Vicente Torres.

martes, 14 de julio de 2015

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO de Marcel Proust


Hoy os invito a construir una catedral cuyos planos no son definitivos: os invito a ir tras el tiempo perdido en un monólogo interior y circular. Os invito a cruzar un desierto que pocos se han atrevido a recorrer. Os invito a una gran obra, por su volumen (en torno 3000 páginas, un millón de palabras y más de 200 personajes) y por su ambición literaria. He pensado que este verano sería distinto si os acompañaba Marcel Proust y su: “À la recherche du temps perdu”. El porqué lo tendréis que descubrir vosotros. 

En la novela hallaréis la realidad de la conducta humana descrita por el microscopio minucioso del autor. Viviréis la pasión por comprender a vuestro microcosmos desde una cosmovisión única. 

Alejado de la razón y la lógica, Marcel inventa desde la memoria desmemoriada de su conciencia: el tiempo recobrado, un tiempo que solo se hace posible a través de la creación. Encontrareis, asimismo, momentos de tedio durante su lectura, momentos aburridos y de absoluta desesperación y momentos sublimes. Se trata de una experiencia vital exigente. 

Si lográis concluir la novela, que os aseguro que no es tarea fácil, os sentiréis más cerca de lo que de universal hay en todos y cada uno de nosotros. 

Después de atravesar el desierto de: “A la busca del tiempo perdido” asistiréis a la metáfora monumental de vuestra propia vida. 

 ¡Os animo a ser intrépidos con el tiempo y con la memoria involuntaria! 


LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA NOVELA 

[...] "En busca del tiempo perdido" no es una novela editada en un solo volumen, sino que se compone de siete partes, publicadas en forma sucesiva a lo largo de 14 años, tres de ellas luego de la muerte de su autor. Marcel Proust prácticamente se recluyó en su casa para escribirlas entre 1908 y 1922, el año de su fallecimiento. La primera parte, llamada Por el camino de Swann, tuvo que ser costeada por el propio Proust, ante el poco interés de las editoriales. Sin embargo, su éxito fue inmediato, y la segunda parte (A la sombra de las muchachas en flor) fue publicada por Galimard y ganó el prestigioso premio Goncourt en 1919. 

En busca del tiempo perdido pretende reproducir los recuerdos de un joven escritor francés de comienzos del siglo XX, y retrata la vida de la clase alta parisina, sus vivencias e inconsistencias. Posee un claro contenido autobiográfico, pues la gran mayoría de sus personajes son inspirados en la propia familia, amigos y conocidos de Proust. Los siete volúmenes que componen "En busca del tiempo perdido" son: 
• Por el camino de Swann. Proust nos introduce en la vida del narrador, su niñez y sus visitas al campo en verano, que perdurarán en su memoria. A continuación se centra en la vida de Charles Swann, un amigo de sus padres, que se enfrentará a su círculo social al enamorarse de una mujer de un estrato inferior, así como su lucha para conquistarla y mantener la relación. 

• A la sombra de las muchachas en flor. En este volumen se narra la adolescencia del protagonista y su corta relación y noviazgo con Gilberte, la hija de Swann. También se centra en el encuentro inicial de aquel con Robert de Saint-Loup y con el barón de Charlus, personajes que cobran importancia en las siguientes partes de la novela. 

• El mundo de Guermantes. Los Guermantes son una familia aristocrática y muy distinguida, de cuyo círculo el protagonista quiere formar parte. No obstante, al principio es rechazado, hasta que finalmente es invitado a una fiesta formal. 

• Sodoma y Gomorra. Diversos episodios de relaciones homosexuales del barón de Charlus, y lésbicas de algunas mujeres del círculo del narrador, parecen ser la razón del título de esta cuarta parte de "En busca del tiempo perdido". 

• La prisionera. El tema principal de este volumen de En busca del tiempo perdido es la relación del narrador con Albertine, a quien acaba de desposar, y sus enfermizas sospechas de infidelidad. Aquel controla todos los movimientos de su pareja, hasta que esta lo abandona. 

• La fugitiva. Describe los esfuerzos del narrador por recuperar a Albertine, quien fallece luego en un accidente. Después descubre las relaciones lésbicas de ésta, incluso con Andreé, con quien el protagonista pensaba casarse. Se reencuentra con Gilberte, que ha decidido casarse con Robert de Saint-Loup, el mejor amigo del narrador. 

• El tiempo recobrado. En esta última parte Marcel Proust trasporta al lector hacia muchos años después, cuando el tiempo ha hecho mella en todos los personajes y el narrador descubre la razón por la que debe escribir lo que ha vivido y visto: la necesidad de unir el presente y el pasado a través de un relato coherente.[...]

lunes, 29 de junio de 2015

EL ALEPH de Jorge Luis Borges



Hoy os invito a uno de mis cuentos preferidos: “El Aleph”. Lo tenía reservado para un latido especial. Y helo aquí: 
Os lo muestro en forma de latido, haciéndose el interesante, al pretender despertar lo que jamás durmió. Y ya veis que no es un 30 de abril, cumpleaños de Beatriz Viterbo, ni es una candente mañana de febrero, cuando ella muere. Es una lujuriosa luna de junio. Y en esta luna de junio deseo que todos esos Viterbo os anuden a una analogía de infinitos cielos de libros y de cuentos. 

"Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?" 

  Contad el cuento de “El Aleph” a un ser querido. Al cabo, algo de locura es necesario amasar en nuestra vida, para después morirla. 

Os deseo que la luz de "El Aleph" os arranque una sonrisa creciente, de esas que se ríen por dentro, hasta calar nuestra osamenta.  


 FRAGMENTOS DEL CUENTO 


Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré. En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. 

El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

domingo, 10 de mayo de 2015

LAS UVAS DE LA IRA de John Steinbeck


Hoy os invito a un compromiso, os invito a una novela y a una película: “Las uvas de la ira” dirigida por John Ford y basada en la novela de Steinbeck. El compromiso al que os invito consiste en algo sencillo: que al leerla o releerla y /o visionarla, según el caso, os detengáis, tan solo un instante, en el tiempo del pensamiento. Os detengáis en el hambre de los otros, en la injusticia que padecen los otros, os detengáis en los juegos de los niños que no pueden jugar y en los miserables que hacen posible que en el mundo ocurran estas desgracias. Porque esos miserables no son anónimos. Saben lo que hacen, pero no les importa. 

Será una “Ruta 66”, que os dejará una estéril sensación, una sensación de cómplices por inacción. No importa. Desechar la culpa de vuestras conciencias, la culpa no sirve para dar de comer a los que no tienen nada. Ni para abrigar del frío a los desheredados. Pensad que en la indignación no existe la esperanza de la ira. La ira trata de bailar un vals con nuestras vidas, la indignación no es más que un baile de máscaras. 

Y arrancado el compromiso a vuestro corazón, y tras ese instante detenidos en las esquinas del pensamiento, volverá la sincera y franca tristeza a vuestras conciencias, ahora ya sin culpa, una conciencia libre por saberse parte de un compromiso, alejada de las miradas de soslayo, de las tormentas de verano, de los remedios caseros, que hablan de una felicidad infeliz y absurda. 

Después ya nada será igual… Porque os miraréis de frente, cara cara, sin más afeite que el del anhelo de una fraternal armonía entre los habitantes de la Tierra. ¿Una utopía? Tal vez. Pero no existe en ella ni un ápice de cobardía. 

Os deseo que en esta ocasión vuestra experiencia por la “Ruta 66”, que va en busca de trabajo, en busca de un techo donde vivir y de una tierra donde morir, no os deje desempleados. 

¡Gracias por aceptar el compromiso de poner ira en vuestras conciencias y, gracias, por deshaceros de la inútil y falsamente redentora culpa! 




 LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA NOVELA 


“Distinguida con el Premio Pulitzer en 1940, Las uvas de la ira describe el drama de la emigración de los componentes de la familia Joad, que, obligados por el polvo y la sequía, se ven obligados a abandonar sus tierras, junto con otros miles de personas de Oklahoma y Texas, rumbo a la «tierra prometida» de California. Allí, sin embargo, las expectativas de este ejército de desposeídos no se verán cumplidas. Entre las versiones cinematográficas que ha conocido esta novela destaca la memorable protagonizada por Henry Fonda y dirigida por John Ford” Alianza. 

“En las uvas de la ira se narra la historia de una familia de granjeros del Medio Oeste de EE.UU., Oklahoma, los Joad – cuyo hijo Tom, el segundo, vuelve a casa, con la libertad condicional, después de estar cuatro años en la cárcel por un homicidio involuntario, tras una pelea - que, como tantos otros se ven obligados a abandonar sus granjas en busca de un mejor futuro en California, en la recolección de naranjas. Ocurre después de la caída de la bolsa de Wall Street, en lo que se denominó la Gran Depresión. A causa de la crisis bancaria miles de familias se quedaron sin sus casas al no poder pagar a los bancos. Además a ello se unió el “Dust Bowl” de Oklahoma, que provocó malas cosechas por la sequía, a lo cuál se unió el uso de los tractores que restaba mano de obra al campo. También les acompañaron la familia Wilson. El camino hacia California a través de la carretera 66, en una vieja camioneta, es largo y lleno de infortunios (el novelista lo compara con el caminar de una tortuga, representado a través de este animal la lucha de la clase obrera). A la familia Joad, incluido el tío John, les acompaña el predicador Casy, amigo de la familia, que ha perdido la fe ya que es un mujeriego. Además opina que lo sagrado del hombre no proviene de un Dios lejano sino de las propias personas. 

En el viaje van perdiendo las esperanzas, al mismo tiempo que pierden a los abuelos que mueren antes de llegar a la supuesta tierra prometida. El hijo mayor de los Joad, Noah decide separarse de la familia para ir a otro lugar a buscar fortuna. Igualmente hace su cuñado, Connie Rivers, a pesar del embarazo de la hermana, a la cual abandona. La madre Joad es la que mantiene unida al resto de la familia. La ira de los campesinos hambrientos crece al ver como los propietarios de los cultivos prefieren dejar pudrirse los frutos antes que recogerlos porque, al parecer, no les es rentable por la carestía de la mano de obra. Los “okies”, como son llamados esos inmigrantes americanos de Medio Oeste por los californianos, son tratados de forma inhumana por los codiciosos terratenientes, al igual que lo fueron por los banqueros. Son hacinados en campamentos y contratados para cubrir el puesto de los trabajadores agrícolas que, en huelga, luchan por unas mejoras salariales ya que, el exceso de mano de obra, había hecho que bajasen mucho los salarios en California. A cambio, los Joad descubren la solidaridad de los que son como ellos. Se ayudan unos a otros para poder resistir y salir adelante en una California que no sólo no era “el cielo prometido” sino que se había convertido en un infierno para ellos. Un lugar en el que ya no cabía la esperanza de una vida mejor. Continúan su camino y por fin llegan a Weedpatch, un campamento del gobierno con buenas condiciones sanitarias que está dirigido por un comité compuesto por las personas que en él habitan y sin policía. Allí viven en solidaridad, realizando trabajos comunitarios. Después de un tiempo, al no encontrar trabajo para todos los componentes de la familia, deciden marchar de allí, llegando al Rancho Hooper (Hooper Ranch). Allí les contratan para la recogida de los melocotones, con un salario más alto ya que, en realidad, con su trabajo rompen la huelga que los otros trabajadores agrícolas han comenzado reclamando mejoras salariales. Tom descubre que uno de los líderes es su amigo Casy. Éste es atacado por antihuelguistas (strike breakers) y es asesinado por uno de ellos con un pick handle (pico). Tom, al defenderse de ese hombre, le mata. 

Él resulta herido. La policía le busca por lo que Ma Joad, su madre, le esconde y decide que han de irse de alli. Pero Tom, decide quedarse y luchar por los derechos de los trabajadores y, a consecuencia de ello mantiene una pelea matando a un hombre por lo que es buscado por el sheriff el cuál, junto con sus policías, siempre vigila a los “rojos” o agitadores, como ellos llaman a todo aquel que reclama mejores salarios. Finalmente los pocos que quedan en la familia parten sin él en busca de ese trabajo que les brinde la oportunidad de una vida mejor, en medio de una gran lluvia. En esta novela también se describe la gran fortaleza de las mujeres a la hora de afrontar los problemas ya que la madre es quién, en un momento dado, toma las riendas. Esta fortaleza la demuestra Rosasharn (Rose of Sharon) cuando, al poco de morir su bebé, alimenta con su leche materna a un niño y a su padre, a los cuales encuentra en un almacén en el que se refugian de la lluvia” Rosa María Castrillo.

viernes, 3 de abril de 2015

EN EL CAMINO de Jack Kerouac



Hoy os invito a recorrer la más mítica de todas las rutas: “la Ruta 66”, de Chicago a los Ángeles, en descapotable, un viaje enloquecido a bordo de Cadillacs prestados y Dodges desvencijados, o a lomos de una Harley. 
No se trata de un viaje al uso. Se trata de “una transgresión”, cada uno sabrá cual es la suya. Es un viaje interior, un viaje de asfalto y gasolina, un viaje por el tiempo que nos ha tocado vivir. Tal y como decía Sartre: “No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro”. 

Y para ello, se hace imprescindible leer: “En el Camino” de Jack Kerouac. Sin este equipaje autobiográfico perderemos la esencia y la compañía de los pioneros. El libro me lo regaló un amigo, en la edición no censurada de abril de 2009, él siempre había soñado con la “transgresión de la Ruta 66" y con su música, si bien, invariablemente la había pospuesto y los años se le echaron encima. Aunque aún hay tiempo. 

Yo, por mi parte, no conocía los entresijos de la “generación beat”, y tras la lectura de “el rollo”, mi determinación por la “Ruta 66” se convirtió en bulliciosa: entrar en una taberna bajo los raíles del metro de Chicago, buscar un cementerio de coches, deleitarme con los murales pintados en las paredes, un 4 de julio en Oklahoma City, descansar la mirada en un rancho de Texas, sentarme en un banco a ver pasar un tren interminable en un pueblo casi abandonado, sentir la carretera solitaria… 
Que en algún tramo te detenga la marcha un coche de policía, es como en las películas: suena la sirena, encienden las luces y se amorran al trasero de tu vehículo hasta que te detienes. Te piden los papeles, te llevan a su coche, piden refuerzos y no dejan que los acompañantes salgan del vehículo. Al final, a pagar una multa de 75 dólares o 10 días de trabajo para la comunidad. No es descartable vivir esta segunda opción. O mejor no. Cada cual es cada quien. 

Os dije que cada uno sabrá cual es “su transgresión”, en este viaje interior de asfalto y gasolina. 

¡Y si no lo sabe, la “Ruta 66” le hará una propuesta que no podrá rechazar…!

¡Nos vemos en el Camino!


LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA NOVELA 

 “En el camino (On the Road) es una novela escrita por Jack Kerouac en su mayor parte en 1948 y 1949, terminada en 1951 y publicada por primera vez en 1957 en la editorial estadounidense Viking Press. Es una novela, en parte, autobiográfica escrita como un monólogo interior y basada en los viajes que Kerouac y sus amigos hicieron por los Estados Unidos y México entre 1947 y 1950 y contribuyó a la mitificación de la ruta 66. Está considerada como la obra definitiva de “la generación beat” y recibe su inspiración del jazz, la poesía y las drogas, describiendo un modo romántico y bohemio de vida. 

El libro es uno de los clásicos más influyentes del siglo XX y aún hoy se sigue reeditando a un ritmo de 100.000 copias anuales, siendo considerado por la revista Time como una de las cien mejores novelas en idioma inglés editadas desde el nacimiento de la revista en 1923, hasta la actualidad. Con esta novela Kerouac fue calificado como el nuevo Charlie Parker y su estilo fue denominado como “prosa espontánea y comparado con el “Be Bop” debido a su ritmo frenético e improvisado. "En el Camino" fue escrita en sólo tres semanas, mientras Kerouac vivía con su segunda esposa Jane Haverty en un apartamento en el número 454 de la calle 20 oeste de Manhattan y fue mecanografiada sin márgenes ni párrafos diferenciados, en un largo rollo de papel al que Kerouac llamaba simplemente: “el rollo”. Contrariamente a la leyenda, Kerouac no utilizó más drogas que el café para escribir la novela. 

 El rollo original actualmente es propiedad de James Isray, el propietario del equipo de fútbol americano Indianapolis Colts, quien lo compró por una elevada suma de dinero y permite su exposición en universidades, museos y centros culturales. En 2007, se descubrió que Kerouac empezó a escribir On The Road en francés, lengua materna en la que escribió además dos novelas no publicadas. 

 La legendaria historia sobre cómo escribió Kerouac En el camino pasa por alto la tediosa organización y preparación previa antes de su explosión creativa. Kerouac llevaba pequeños cuadernos en los que escribía notas para preparar la novela durante sus ratos libres, algunas de las cuales fueron incluidas en el libro pese a haberlas escrito como notas sin ordenar siete años antes de sus viajes. Kerouac corrigió la novela varias veces antes de que el escritor y asesor de la editorial Viking Press decidiera publicarla. 

En 2006 comenzó a prepararse una adaptación, En el camino, dirigida por el cineasta Walter Salles y producida por Francis Ford Coppola que se estrenó en 2012. En agosto de 2007 se publicó una edición sin censurar de la novela coincidiendo con el 50 aniversario de su publicación original, incluyendo partes que fueron consideradas inadecuadas cuando vio la luz por primera vez y sustituyendo también los pseudónimos que utilizó Kerouac por los nombres reales de los personajes. 

En abril de 2009 se publicó la primera edición de la novela sin censura en español, la cual fue fielmente traducida del rollo original mecanografiado por Kerouac, y el cual hace más íntimo el acercamiento que se tiene con el autor al utilizar los nombres reales y al respetar los sucesos con los cuales se concibió la obra 

“El libro comienza presentando al impulsor de la mayoría de las aventuras que tienen lugar a lo largo de la novela, Dean Moriarty, pseudónimo de Neal Cassady, quien fuera el alocado «hipster» que se convirtió en héroe de todos los beats. El narrador es Sal Paradise, alter ego de Kerouac, fascinado por su ecléctico grupo de amigos, por el jazz, por los paisajes de Norteamérica y por las mujeres. En el primer párrafo de la novela se puede leer: “Con la aparición de Dean Moriarty comenzó la parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera…”, en el que Moriarty ya es presentado como el instigador e inspirador de muchos de los viajes de Sal. La ciudad de Nueva York es el punto de partida de la aventura, donde poco antes de la llegada de Moriarty, Kerouac/Paradise conocería a Carlo Marx -sobrenombre de Allen Ginsberg-, quien pronto se convertiría en su mejor amigo en la ciudad. Sal define a Dean como “el estafador santo de mente brillante” y a Carlo como “el estafador poético y doloroso de mente oscura”. Carlo y Dean hablan de sus experiencias con sus amigos por todo el país y Sal se queda fascinado con ellos y con otros que irá conociendo más tarde en sus viajes” 

Con el paso del tiempo, "En el camino", un libro que fue la biblia y el manifiesto de la, se ha convertido en una «novela de culto» y en un clásico de la literatura norteamericana. Con un inconfundible estilo bop, que consiguió para Kerouac el título de «heredero de Charlie Parker» en esta novela se narran los viajes enloquecidos, a bordo de Cadillacs prestados y Dodges desvencijados, de Dean Moriarty, el mítico hipster, el héroe de todos los beatniks, «un demente, un ángel, un pordiosero» y el narrador Sal Paradise, recorriendo el continente, de Nueva York a Nueva Orleans, Ciudad de México, San Francisco, Chicago y regreso a Nueva York. Alcohol, orgías, marihuana, éxtasis, angustia y desolación, el retrato de una América subterránea, auténtica y desinhibida, ajena a todo establishment. Una crónica cuyos protagonistas, en la vida real y en el libro, fueron Jack Kerouac (Sal Paradise), Neal Cassady (Dean Moriarty), Allen Ginsberg, William Burroughs”. ANAGRAMA

domingo, 15 de marzo de 2015

EL RUIDO Y LA FURIA de William Faulkner


Hoy os invito a una obra escrita por un genio: Willian Faulkner. Una obra espinosa y cosmopolita: "El ruido y la furia", publicada por primera vez en 1929. Llegó a mí, hace años, desde una biblioteca de adultos, como: "El sonido y la furia". El hurto de libros, a los mayores, era una de mis aficiones, y a veces tenía sus compensaciones. Esta la tuvo.  Al principio no comprendía nada, dado que es un cuento relatado por un idiota: Benjy, l"leno de ruido y furia", en alusión a un soliloquio del Macbeth de Shakespeare. 

Llegó a parecerme tan dura y enrevesada que pensé que no había acertado al "robar" esa novela de entre todas las otras que se me ofrecían. Mas fue después, cuando salté al tercer capítulo cuando sentí que aquello era un buen botín. 

 En "El Ruido y la Furia", descubrí con el correr de los años, que también podía ser leída, como la gran parte de las obras de Faulkner, como un microcosmos en el cual "el Sur es el Todo". Y es que la Guerra de Secesión, la guerra entre el norte y el sur de Norteamérica fue para Faulkner: la decadencia. 

La decadencia de la familia Compson, que representa en la novela, puede ser interpretada como un análisis del deterioro de la moral tradicional para ser reemplazado por el desamparo de la modernidad. La novela fue llevada al cine en 1959, por la 20th Century Fox. Dirigida por Martin Ritt. La película no supo seguir la idea del tiempo que marcaba la novela. Decadencia y desamparo de la modernidad... narrado por un deficiente mental, por un idiota. 

 Sin embargo, la película: "Lo que el viento se llevo", me ayudó a comprender más y mejor a Faulkner. Entendí la fascinación de los personajes más trágicos. Entendí el pragmatismo sin escrúpulos de las conciencias más remilgadas, cuando a Dios ponen por testigo de que nunca volverán a pasar hambre. 

 Admitamos que para algunas personas la modernidad -el cambio de costumbres domesticadas-, es siempre una inseguridad, un desamparo. Admitamos que las guerras desintegran el tiempo y las relaciones entre los seres humanos. Admitamos que es difícil hacer de nuestra propia conciencia un verdugo para con nosotros mismos. Admitamos que pasar hambre y penurias es algo que no olvida nuestra frágil memoria, y que nos cambia, nos hace enfrentarnos a la vida de otro modo. 

  Admitido lo anterior, os deseo que no juzguéis a la ligera: ni a los demás ni a vosotros mismos. Porque separar conciencia de contexto suele resultar tan absurdo como pretender poseer la verdad absoluta, única e irrebatible. ¿Dónde está esa verdad? ¿ Quien la tiene? 

 Os deseo que os acerquéis a tantas verdades nutritivas de vuestro ego, como a otras tantas miserias desnutritivas. Y que las miréis de frente, cara a cara.

Después la felicidad será más insegura, transitoria y provisional... Pero más felicidad... 



LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA NOVELA 


 Novela clave en la obra de William Faulkner (1897-1962), pues en ella se adentró en técnicas que habrían de hacerse claves en la narrativa moderna y consolidó el que habría de ser su mundo narrativo, El ruido y la furia (1929), título que evoca los célebres versos de «Macbeth», se articula en torno a los monólogos interiores de los hermanos Compson: Benjy, el idiota; el sensible Quentin, atormentado por el incestuoso amor que siente hacia su hermana Caddy, y el inescrupuloso Jason. 

La trágica historia que Faulkner va urdiendo con genial maestría narrativa en torno a los miembros de una antigua familia hacendada del Sur, desvela con una fuerza expresiva inusual la lenta e implacable corrosión del tiempo, así como el desvanecimiento y la perversión del intangible paraíso de la infancia

sábado, 14 de febrero de 2015

NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO de Terenci Moix



Hoy os invito a revivir, con la obra de Terence Moix “No digas que fue un sueño”, un mundo que desde siempre me emocionó y me sigue atrapando: Egipto. Nos prenderemos de su cotidianidad: olores, perfumes, sueños, miserias… Desentrañaremos la fascinación enfermiza de aquel “Egipto del crepúsculo”, en donde lo helénico plantó cara a la inmortalidad faraónica. La historia de un mestizaje. 

 Reclamaremos la figura de Cleopatra como mujer única y excepcional. Un personaje-encrucijada que manejó la situación con gran sabiduría y acierto. 
Cleopatra fue una diosa mediterránea: inteligente, culta, híbrida y sensual que se vio abatida por culpa de un mal de amor. Y ese hecho la hizo humana, tangible… Porque es sabido que nadie que se tenga por vivido puede negar esta contradicción, hermosa y fascinante, de la condición humana: el sufrir hasta casi los estertores de la muerte, por un amor no correspondido. 

Y es que Marco Antonio, sin duda, la amó, pero como aman los antihéroes: con pasión pero sin la valentía y la convicción que requiere el ser amado. En su relación con Cleopatra es evidente que le asalta la debilidad, dado que se encuentra ante una mujer excepcional y en lugar de admitirlo, y amarla con más coraje por ello, se autodestruye creyéndose incapaz. Juega todas sus cartas por ese sueño de Oriente, que tantos políticos tuvieron después. 
Desea demostrarle que es un héroe, desea que ella lo ame por lo que no es, cuando ella lo amaba por ser lo que era. 

 Todos y cada uno de nosotros hemos visionado innumerables versiones acerca de la historia de Cleopatra y Marco Antonio, todas, en mi opinión, la mancillan; tal como hicieron los cronistas romanos de la época, salvo que estos tenían algún interés más próximo en el tiempo que los cineastas del siglo XX. 
 Os invito, sin embargo, a visionar la versión de Joseph. L. Mankiewicz que es sublime porque presenta una historia de amor única, como todas las historias de los “amores verdaderos”. También encarna magistralmente en el celuloide y, por primera vez, a una Cleopatra enamorada, madre, y naturalmente rehabilita su categoría como intelectual y mujer de estado. Una obra maestra, que nos une al tiempo que fue y a los misterios entre los dioses y los hombres, que aún son. 

 ¡Os deseo que el mal de amores, que aún fluye por el Nilo, os enamore hasta la muerte! 


 LO QUE  SE HA ESCRITO ACERCA DE LA OBRA 

“Una historia que desciende lentamente, como las plácidas aguas del Nilo en las que se cobija y en las que encuentra la vida y el sentido de la vida, hasta llegar al Mediterráneo, a Alejandría, donde encontrará su propia aniquilación. 

Pero ¿qué importa que pasen los imperios y sean sustituidos por otros? ¿A quién cielos afectan las historias de sus reyes y príncipes, con sus amores y odios, sus conquistas y derrotas? La voz del narrador se funde con la de uno de sus personajes, Totmés, para darnos el verdadero alcance del paso del tiempo, lo único que permanece: 

 Transcurre el Nilo pero nunca acaba de pasar totalmente. 
En cambio el hombre pasa. Y también lo hacen los dioses. 
¿Quién creó a quién? 
Nada importa la respuesta. Sólo el pasar existe. 
Pasaron hombres y dioses, mientras el Nilo se limitaba a transcurrir. 
Y no sé qué fuerza superior al Nilo tiene poder suficiente para disponer de tantos contrasentidos... 

 Belleza, amor, tragedia, dominio, inteligencia, pasión, llanto y desolación... 

"No digas que fue un sueño" trasciende la Historia. Una espléndida y poderosa novela” Rosa Regás.
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