martes, 19 de agosto de 2014

LAS AVENTURAS DEL BUEN SOLDADO ŠVEJK de Jaroslav Hašek


Hoy os invito a entonar una plegaria. Os invito a elevar una oración por todas aquellas personas que, con su proceder, hicieron posible la locura de la Gran Guerra. ¡Qué los dioses las perdonen! Y, también, os invito a elevar una oración por las personas anónimas que, sin saber el porqué de su desgracia murieron en el campo de batalla, víctimas de la necedad de su tiempo. 
Era agosto de 1914, hace ahora un siglo, cuando se inició aquella espantosa guerra, la Primera Guerra Mundial, que como todas las que fueron antes y serían después sólo dejó tras de sí desolación, hambruna, llanto, odio y negrura en la victoria de los vencedores y de los vencidos. Porque es sabido que las guerras y las victorias son absolutamente incompatibles. 

Para entonar nuestra plegaria he elegido la letra de una de las obras, dedicada a la Gran Guerra, que conquistó mi corazón con más ahínco: “Las aventuras del buen soldado Švejk”. La novela me llegó envuelta en la muselina de los regalos. No conocía la obra, ni había leído nada del checo Jaroslav Hašek (1883-1923). Todo ello, si cabe, aún la dotó de más misterio. La curiosidad me atrapó y durante horas me convertí en la sombra del protagonista Josef Švejk, un soldado torpe y atolondrado que, arrebatado por servir a su país, se enroló en las filas del ejército austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial.

 Las desternillantes y asombrosas peripecias de este afable pícaro moderno, estúpido y sabio a la vez, ninguneado por los estamentos militares, sanitarios y eclesiásticos, resultó ser una proclama antibelicista, una arenga satírica contra la futilidad y el sinsentido de la guerra. Nada pudo complacerme más que tener un amigo tan importante como anónimo: el soldado Švejk. 

Os deseo que en las calles de vuestras vidas encontréis más héroes anónimos que napoleones, y que éstos sean vuestros auténticos amigos, ya que ellos son los que han hecho de la guerra la verdadera lección de la Historia. Lección que, nuestra pedante y orgullosa ignorancia de Homo Sapiens, nos ha impedido aprender. 

¡Larga vida a los héroes anónimos! 



LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA OBRA: 

Fue algo así como el reverso burlón de Kafka. Tenían la misma edad, vivían en Praga y eran escritores, pero quizá habría sido difícil encontrar dos almas más opuestas. Mientras el autor de La Metamorfosis era casi un eremita de la escritura, aficionado a recluirse en soledad, el excesivo Jaroslav Hasek (1883-1923), orondo, marrullero y de talante indomable, prefería el bullicio de las tabernas. Su obra magna, la novela: Las aventuras del buen soldado Svejk (Galaxia Gutenberg),  fue vertida por primera vez al español en 2008, directamente del checo por la traductora Monika Zgustova (Praga, 1949), en un volumen acompañado con las ilustraciones de la edición original (1923), de Josef Lada. 

Es una lástima que no conste ningún encuentro entre Kafka (1883-1924) y Hasek, porque seguramente habrían tenido mucho de que hablar. Ambos recelaban profundamente de ese Estado moderno hiperburocratizado que se encarnaba en el Imperio austrohúngaro, un inestable mosaico multinacional que se extendía desde el Adriático hasta las actuales República Checa, al norte, y Ucrania, al este. Los dos autores estaban convencidos de que ante aquella administración elefantiásica el individuo quedaba reducido a poca cosa. Fueron de los primeros en verlo con tanta claridad, pero su enfoque fue dispar. Mientras Kafka le dio forma de pesadilla, como en la novela El Castillo o el cuento: Ante la ley, el incorregible Hasek prefirió reírse de todo aquello. Su mayor creación, el soldado Svejk, es un ingenuo charlatán que se alista al ejército para combatir en la Primera Guerra Mundial como si se tratara de una reyerta de bar entre austriacos, serbios y turcos. Es arrestado por alta traición, ingresado en un manicomio y se pierde en el sur de Bohemia antes de llegar al frente. 

Nadie es capaz de determinar si se trata de un conspirador o de un solemne idiota. Eso sí, sus andanzas ponen de vuelta y media al ejército, a las instituciones médicas y a la administración. "Hasek incide en lo absurdo que es que el gran Estado no proteja al individuo sino que poco a poco lo asfixie", señala desde Barcelona la traductora, Monika Zgustova. "Es un idea presente en la obra de Kafka, aunque la trató con mayor seriedad". Curiosamente, los dos grandes personajes de Hasek y Kafka comparten punto de partida: tanto Svejk como Josef K., protagonista de El proceso, son detenidos al entrar en escena. La peripecia de Svejk, con todo, da lugar a un vagabundeo disparatado, muy acorde con el propio carácter del autor. El bonachón recluta Svejk, vendedor de perros e impermeable al desánimo, es en cierto modo un trasunto del propio Hasek, según opina la traductora. "Los dos trabajaron vendiendo perros, entre otras ocupaciones y fueron voluntarios en la Primera Guerra Mundial", la conflagración que supuso el fin del Imperio Austrohúngaro y el surgimiento de varios Estados, entre ellos Checoslovaquia. Eso sí, Hasek sí que llegó a combatir en el frente, donde contrajo la tuberculosis. La revolución bolchevique lo sorprendió en Rusia, donde residió un tiempo y se casó por segunda vez, mientras seguía unido a su primera mujer, Jarmila, que vivía en Praga. Hasek era un bohemio a quien "a menudo había que sacar a la fuerza de las tabernas", añade Zgustova. "Además, le gustaba tomarle el pelo a todo el mundo, sobre todo a los carcas". 

El autor compaginaba la creación literaria con la colaboración en una revista zoológica en la que se inventaba animales fantásticos e incluso su genealogía. Evidentemente, en cuanto fue descubierto, lo despidieron. Su irrefrenable vocación para la broma quedó fijada en el idioma. Como su ilustre conciudadano kafkiano, Hasek también ha dado lugar a un vocablo. "En checo, sveiquear es charlatanear con el ánimo de embaucar a alguien", explica Zgustova. "Cuando se dice: nosveiquees, significa: no te enrolles tratándome como si fuera imbécil". Novela inacabada, la enfermedad obligó a Hasek a dictar los últimos capítulos, prácticamente desde su lecho de muerte. Falleció de tuberculosis a los 39 años, en 1923, la misma enfermedad que se llevó a su conciudadano Kafka un año después. La novela tuvo un éxito inmediato, pero los intelectuales la rechazaron por su lenguaje soez. "No gustó a la buena sociedad pero sí al público en general". Con los años, El buen soldado Svejk, "más que una comedia, una novela grotesca, hilarante, y que habla de las personas normales y corrientes", se convirtió en un clásico. "En toda Europa central y del este, de Alemania, Austria y Hungría a Polonia y Rusia, Svejk es una novela que forma parte de la cultura general". Abel Grau. El PAIS CULTURAL. Diciembre. 2008.
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