viernes, 4 de octubre de 2013

LOS GIRASOLES CIEGOS de Alberto Méndez



Hace tiempo que un amigo, y cierto es que mis amigos son un regalo del Cielo, me sorprendió al comprar para mí: "Los girasoles ciegos", publicada en ese mismo año de 2004. Yo no tenía ni la menor idea acerca de la obra y no conocía a su autor. ¡Era una maravilla que mi amigo hubiera pensado en mí, cuando él la leyó!  Así es la amistad. 
Mas tarde supe que era el primer libro narrativo de Alberto Méndez y que había sido galardonado. En el 2008, además, pasó al cine dirigida por José Luis Cuerda. No superó al relato. 

 Si bien, os invito al libro porque me gustó desde la primera página. Y porque me encuentro inmersa en una batalla en donde: "superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido". En definitiva, debo hacer mía la existencia de un vacío  "Debo patentizar una ausencia definitiva". 
Y dado que no se me dan bien los dramas de café, busco en los libros palabras. Así que divagando entre el duelo asumible y mi incapacidad para digerir el dolor, tomé "Los girasoles ciegos" de un anaquel de mi biblioteca, donde había estado desde hacía casi una década, para encontrar abrigo al amparo de sus palabras. 

Cuando releí: "Si el corazón pensara dejaría de latir", me vino, de golpe, la historia del capitán Alegría, y ciertamente me reconfortó. Después el "Manuscrito encontrado en el olvido"...  y me detuve en frases que había subrayado: "elegir nuestro pasado", "no es justo que comience la muerte tan temprano...". Y así hasta llegar al cuarto y último relato que da nombre a la obra: "Los Girasoles ciegos",  y mientras la releía me sorprendí a mí misma con "una sonrisa triste, como las que suelen usarse en las despedidas tristes". 
 Sin embargo, yo no estaba triste. ¿Había asumido las ausencias irreparables? No lo sé. Pero sé que comencé a alejarme del tiempo del silencio, y que hoy os lo he contado sin aspavientos.  

Porque como dijo el capitán Alegría: 

"Aunque todas las guerras se pagan con los muertos, hace tiempo que luchamos por usura. Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio" 

Y sabiendo, como sabía el capitán Alegría, que:

  "un desertor es un enemigo que ha dejarlo de serlo, y un rendido es un enemigo derrotado, pero sigue siendo un enemigo".

 ¡Rendíos, si fuere necesario, pero jamás desertéis!

 ¡Os deseo que las palabras os sean propicias!



 Lo que se ha escrito a propósito de la obra:

 "Los girasoles ciegos es un libro de cuentos articulado a lo largo de cuatro historias- cuatro derrotas- que transcurren entre el período quizá más duro de la posguerra, que va desde 1936 a 1942, y que siendo totalmente independientes están hábilmente entrelazadas entre sí. Sus personajes son seres vencidos. Seres que se encuentran en un camino, sin vuelta atrás posible, recorriendo una senda de entrega y resistencia sin ser conscientes del momento en el que se abrirá la puerta de la tragedia. El primer relato, o primera derrota, nos cuenta las peripecias del capitán Alegría, un oficial del ejército fascista que se rinde a los republicanos cuando las tropas golpistas están entrando en Madrid. Postura que no será entendida por ninguno de los dos bandos, pero que el oficial toma cuando descubre que lo que querían sus correligionarios no era ganar la guerra, sino matar al enemigo. Su entrega le eximirá de ser parte de un ejército vencedor que ha cometido tantas atrocidades y crímenes. Como dice Ramón Pedregal a propósito de una reseña sobre el libro: “El capitán Alegría es un Bartleby que cuestiona la norma de aquellos con los que vive y no puede abandonar su visión de lo que ocurre”. 

"La segunda derrota, quizá el relato más logrado y sobrecogedor de los cuatro, nos habla de un joven poeta que huye de los vencedores hacia las montañas asturianas en compañía de su mujer embarazada. En un escenario solitario y frío la muchacha da a luz a un niño y muere tras el parto. A través de un diario íntimo, donde el adolescente deja escrito su miedo, se nos va poniendo en antecedentes de la vana lucha que emprende el joven padre para salvar la vida de su hijo. En el tercer relato, o tercera derrota, un preso, el soldado republicano Juan Serna, cuando descubre el interés que un coronel (presidente del tribunal que debe juzgarle) y su mujer demuestran por el hijo que él conoció y vio morir, habla y habla (como si de una moderna Sherezade se tratara) sobre ese hijo (un ser vil que murió fusilado por su delitos) y lo convierte en el héroe que quieren sus padres en un intento más de rascar algunos días a la vida. Pero la mentira le termina asqueando y cuenta la verdad. Verdad que indefectiblemente le llevará a la muerte. La historia, o la cuarta derrota, que cierra el libro transcurre en la asfixiante vida cotidiana del nuevo régimen. En ella se habla de Ricardo. "Un “topo” al que toda la familia protege. Desde el armario en el que vive encerrado contempla horrorizado el acoso libinidoso que su mujer sufre por parte de un diácono, profesor del hijo del matrimonio. El final es dramático y desolador. Alberto Méndez nos ha dejado con su única obra no sólo un extraordinario ejemplo de composición literaria, sino -y a pesar, de la crudeza de todas las situaciones- una continua muestra de sensibilidad, que puede conmover a todo tipo de lectores. Sencilla, realista y a la vez cargada de simbolismos, Los girasoles ciegos es una obra sobre la memoria. Sobre una memoria colectiva que debe tener definitivamente su asentamiento en el lugar que le corresponde. Porque superar la tragedia de aquella España de represión, marchas militares y ruido de sables, exige, como se dice en el prólogo de Carlos Piera que abre el libro, asumir, no pasar página o echar en el olvido"
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