domingo, 23 de abril de 2017

EL FÚTBOL A SOL Y SOMBRA de Eduardo Galeano



¿Qué tal un partido de fútbol de puño y letra? Sí, ya sé que soy lega en la materia y que os estoy invitando sin conocimiento de causa. Pero algunos de vosotros sois concienzudos conocedores de este deporte e hinchas muy documentados. Y, además, si vamos al estadio con Eduardo Galeano y su "Fútbol a sol y sombra" (1995), nadie saldrá ileso. 

Tuve ocasión de comprobarlo en Uruguay, hace ya algunos años, y fui hincha "celeste" sin tener ni idea. Sí, sí, me contagié de ese «nosotros» de los hinchas y tragué el veneno de la derrota y el éxtasis de la victoria abrazada a desconocidos «nosotros», y durante aquellos minutos padecí una enfermedad, una enfermedad que remitió cuando la cancha quedó sumida en el vacío de la expectación pretérita. ¡Fue sublime! Porque, en efecto, no hay nada menos vacío que un estadio vacío... «El reino de la lealtad humana ejercida al aire libre» 

¿Aceptáis la invitación? ¡Pues adelante! ¡Nada de prejuicios! ¡Nada de violencia! ¡Rindamos homenaje al fútbol! «A esa música del cuerpo, fiesta de los ojos, y también una de las estructuras de poder y uno de los negocios más lucrativos del mundo». Negar este extremo sería necedad. 

No puedo, en esta ocasión, invitaros con recuerdos o apasionamientos técnicos. Alguna que otra vez he estado en un estadio de fútbol, pero para desquicio de los que lo vivís y lo conocéis y lo amáis, no se detuvo mi sensibilidad en el resultado ni en las jugadas... no supe. Y me quedé colgada de la policromía de la masa y del gregarismo, en la alegría de los unos frente al llanto de los otros... en el manicomio de los fanáticos, en la religión donde no hay ateos y en algunas otras cuestiones de pan y circo, que Galeano se encargó de aclararme. 

 Os pido disculpas a media voz. No debí aceptar tales invitaciones... ¿o tal vez sí...? La curiosidad siempre me traiciona. Ya os he adelantado (y algunos lo sabéis de sobra) que no tengo ni idea de fútbol. Sin embargo, el libro lo leí y me entusiasmó, me divertí y reflexioné, tanto como con otros libros de Galeano. Y en la cancha puedo llegar a sentir el "nosotros" del dorsal número 12. 

¡Por tanto, si tengo ocasión asisto a un partido de fútbol!  

Os paso el balón, porque hoy jugamos "nosotros", los números 12, con una jugada en forma de pregunta-respuesta que nos regala Galeano: 

«¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales...» 

 ¡Disfrutad de la jugada!  



LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA OBRA 


«En este libro sorprendente, uno de los mejores escritores uruguayos actuales nos hace el regalo de una divertidísima historia del fútbol diseminada en cápsulas breves, en las que saltan cientos de anécdotas, recuerdos y consideraciones llenas de humor y de ironía. Desde la indumentaria de Zamora hasta la efedrina de Maradona, nada escapa a este hincha del Nacional que se da gusto contando chistes y recordando también los dramas y las tragedias del deporte más universal. Cuando era niño, Galeano quería ser jugador de fútbol, pero sólo jugaba bien, y hasta muy bien, mientras dormía. Uno de los libros más personales de su autor». http://www.lecturalia.com/libro/15001/el-futbol-a-sol-y-sombra 

HE SELECCIONADO ESTE CAPÍTULO

                                               EL HINCHA
 « El hincha una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno. 

Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. 

Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos. Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». 

Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música. 

Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. 

El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval».
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