lunes, 19 de octubre de 2015

TRISTES TRÓPICOS de Claude Lévi-Strauss


Los noticieros nos hablan, incesantemente, de los refugiados, de las personas que huyen de las guerras, de la hambruna, en definitiva: del infierno; para adentrarse en el paraíso que se les antoja que es Occidente, Europa. 
Por ello, hoy deseo invitaros a una gran obra “Tristes trópicos” de Lévi-Strauss, publicada en 1955,  que tal vez arroje un poco de luz a esa egocéntrica ceguera irreflexiva, que nos impide apreciar la existencia de otras realidades, más allá del país o lugar del mundo, en donde, por azar, hemos nacido o vivimos. 

 ¡No somos impermeables al inmenso drama de los refugiados! ¿O tal vez sí? Porque más bien pareciese que "los gestos" denotan que para "ponernos en su lugar" nuestra sensibilidad empática no hubiera logrado aún la madurez necesaria. 

  Sin embargo, nos decimos, una y otra vez, lo mismo que Lévi-Strauss: "La injusticia, la miseria y el sufrimiento existen (…) No estamos solos, y no depende de nosotros permanecer ciegos y sordos a los hombres" "Pues vivimos en varios mundos, cada uno más verdadero que el que contiene, y él mismo falso en relación con el que lo engloba. Los unos se conocen por la acción, los otros se viven pensándolos (…)” . Mas la pregunta es: ¿Cómo conocemos el mundo de los refugiados? Y es que la respuesta se presta a demasiada moralina de conciencias que prefieren estar en paz con el mundo  que en guerra con ellas mismas. Mal asunto.

“[...] Por ello Lévi-Strauss defenderá la existencia de "un óptimo de diversidad que las sociedades humanas no pueden exceder pero por debajo del cual tampoco pueden situarse sin peligro". Un óptimo de diversidad respecto al cual "habrá que reconocer que deriva en una gran parte del deseo de cada cultura de oponerse a las que la rodean, de distinguirse de ellas, en una palabra, de ser ellas mismas; no se ignoran entre ellas, se sirven unas a otras si llega el caso, pero, para no perecer, es preciso que, bajo otras relaciones, persista entre ellas una cierta impermeabilidad" 

“Será una posición que suscitará numerosas polémicas. Por ejemplo la que tuvo lugar al hilo de la lectura en la UNESCO, en 1971, de su conferencia "Raza y cultura", cuando un auditorio que esperaba, tal vez, la repetición de los argumentos críticos con el racismo de otra conferencia leída veinte años antes:"Raza e historia", se tropezó con la tesis de la bondad de cierta impermeabilidad y mantenimiento de diferencias entre culturas. 

"Nadie como Lévi-Strauss señaló con tan poca piedad, y no sin gran parte de razón, el absurdo de esas -hoy también- omnipresentes "palabras bienintencionadas que aspiran a superar antinomias tales como "conciliar la fidelidad a sí mismo y la apertura hacia los otros", o a favorecer simultáneamente, "la afirmación creadora de cada identidad y la aproximación entre todas las culturas" 

"Polémicas aparte, lo interesante es destacar cómo la teoría del óptimo de diversidad de Lévi-Strauss es, de nuevo, deudora de una manera de pensar la diferencia, formateada en "culturas" distantes, de sólidas fronteras espacio-temporales[...]”. 

Tal vez, en poco tiempo, en este mismo lugar, otros refugiados tan desesperados como los que ahora visionamos desde nuestras amañadas conciencias y desde nuestro paradisíaco Estado del Bienestar, estén en esa encrucijada que es el exilio… 

Tal vez sean nuestros descendientes o nosotros mismos... Y será entonces cuando lloraremos lo que hemos podido ver y no hemos visto. Víctimas de una ceguera perversa y de un buenismo conciliador e hipócrita todo lo que percibimos nos hiere, sí. Pero nos hiere lejano o nos deja insensibles, incluso no deseamos darles asilo porque son "diferentes..." "diferentes" sin poner en valor el "óptimo de diversidad" que nos legó Lévi-Strauss.  

Y será en ese nuestro exilio, en ese otro tiempo, como refugiados, que hoy se nos antoja impensable y de todo punto improbable, cuando "nos reprocharemos no haber sabido mirar lo suficiente..." 

 ¡ Deseo que jamás oficiemos de "burócratas de la evasión"...!!!  

¡¡¡Y que nos tomemos el tiempo suficiente para mirar con el pensamiento y con la acción!!!



LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA OBRA 

Por Montserrat Cañedo Rodríguez:

“[…]Con el pasaje de la travesía marítima desde Marsella a Santos comienza el despliegue de Tristes trópicos como un libro de aventuras. A la manera de los clásicos del género, el viajero se precipita a un sinnúmero de peripecias unas veces peligrosas, otras absurdas, algunas cómicas, complicadas e imprevisibles casi siempre, y sobre todo exóticas a los ojos de sus lectores, habitantes del mundo del que el mismo protagonista procede, del lado de la más previsible y aburrida civilización. Las incursiones de Lévi-Strauss, al encuentro de los distintos pueblos indígenas, en el sertón o en la selva brasileñas están, entonces, trufadas de aventuras, en cuyos detalles se recrea a menudo el escritor con una prosa barroca, demorada, con gusto por la descripción, una prosa que revela además la profunda habilidad de Lévi-Strauss para colocar en amplias perspectivas de observación y análisis los más pequeños y diversos detalles y objetos con los que se topa en sus exploraciones, a partir de los cuales es capaz de proyectar sentido sobre civilizaciones enteras, descubriendo variantes, declinaciones, combinatorias de un mismo modo de ser humano. Su travesía por el tan denso como despojado de toda vida mar de los Sargazos, es ocasión para toda una panorámica histórica sobre la conquista de América. Más osada es su reflexión sobre la historia de las religiones (el budismo, el cristianismo y el islamismo puestos en perspectiva comparativa) que lleva a cabo a partir de sus impresiones del Fuerte Rojo o la Gran Mezquita de Delhi, el Taj Mahal de Agra u otros señalados edificios de la arquitectura india. En las barras y espirales de los tatuajes caduveo halla reminiscencias de los estucos y los hierros forjados del Barroco español. La que llama su "inteligencia neolítica", capaz "de abrasar suelos a veces inexplorados y fecundarlos para sacar precozmente algunas cosechas" pero inhábil "para cultivar sabiamente un terreno y recoger año tras años las cosechas" 

[...] Hay en el libro muchas descripciones de la dureza de los caminos, de las marchas, donde las dificultades a veces extremas ponen a prueba la constancia, la tenacidad y la fortaleza del explorador: una jornada entera remontando una corriente fluvial bajo la tormenta, achicando constantemente el agua de la piragua y abriendo casi a tientas, al oscurecer, un claro en la selva donde hacer noche, para descubrir que se está apenas a unos metros del lugar de salida, los cuales habrían podido salvarse más fácilmente a pie que siguiendo el curso del meandro de un río. Boas de siete metros matadas a balazos y cuereadas al instante, con las propias manos. Menús compuestos de cola de caimán a la parrilla, o de loro asado y quemado al whisky. Trayectos en camiones por sendas a trechos intransitables, en las que continuamente hay que bajarse y descargar, improvisar un puente con unas pocas tablas para hacer avanzar a los vehículos, desmontar a continuación los improvisados andamios, volver a subir la carga y continuar la marcha, y así varias veces en una sola jornada, más de una vez terminando al final del día dormidos sin más sobre las mismas tablas, en pleno barrizal, vencidos por el cansancio, sintiendo cómo "desde las profundidades de la tierra nos despertaba el ronroneo de las termitas que subían a asaltar nuestras ropas y que ya cubrían a manera de capa hormigueante el exterior de los abrigos de caucho que nos servían de impermeables y de alfombras" (Lévi-Strauss 1955: 255)[...] 

[...] Otras veces las expediciones están sujetas al ritmo imprevisible de los bueyes, a la voluntad indomable de Piano, Maça-Barro, Salino o Chicolate, que un día se niegan a avanzar por la ruta establecida y otro deciden demorarse pastando durante jornadas enteras, mientras el explorador contiene a duras penas la frustración y la ira, resignándose a abandonar cualquier idea de control sobre el propio tiempo. Hay también descripciones de días, a veces semanas, destinadas a organizar las expediciones en los asentamientos que son la última frontera de la civilización, -Cuiabá, Pimenta Bueno-, oyendo narrar a los locales historias horrendas sobre los indios, esos tan próximos como lejanos "otros" -asesinos, caníbales, ladrones, monstruos-, mientras se hace acopio de permisos, bueyes, víveres, guías y objetos para el intercambio. Encuentros inesperados en los caminos (los garimpeiros que trabajan el diamante, los buscadores de oro, los seringueiros del caucho), con los que compartir una noche al calor de la lumbre, escuchando sus historias, apenas entreviendo formas exóticas de diversidad cultural. O semanas de transición, compases de espera; por ejemplo esa vez que el explorador agota sus recursos y, con los objetos acarreados para el intercambio con los indios, se ve obligado a abrir una tienda en una aldea de buscadores de caucho, donde "las prostitutas del lugar me cambiaban un collar por dos huevos, y no sin regatear" (Lévi-Strauss 1955: 305). 

[...] Hay en Tristes trópicos descripciones de experiencias culturales extremas: de asco, de asombro, de fascinación por la infinita capacidad humana para la creación de formas. Como la comida "partida", esa comida de lujo con la que son agasajados en Rosario Oeste, y que consiste en que la mitad de un pollo se presenta asada y la otra fría, con salsa picante. Y la mitad de un pescado frita, y la otra hervida. O el tocado ritual bororo de casi dos metros de altura que Lévi-Strauss consigue, no sin dificultad, para el Museo del Hombre, "a cambio de un fusil y mediante negociaciones que se prolongaron durante ocho días: era indispensable para el ritual y los indígenas no podían deshacerse de él hasta que consiguieran, en la caza, el surtido de plumas prescrito para confeccionar otro" (Lévi-Strauss 1955: 271). El deleite de la forma, también, ante la belleza de las figuras de las pinturas corporales de los caduveo, la disposición de las chozas en las aldeas bororo, los sufijos de la lengua nambikwara, -"que dividen los seres y las cosas en categorías; cabello, pelo y plumas; objetos puntiagudos y orificios; cuerpos alargados, ya sean rígidos o dúctiles; cosas que cuelgan o tiemblan…" (Lévi-Strauss 1955: 340)-, los cantos de los tupí-kawaíb. Y, también, hay en el libro descripciones logradísimas de experiencias puramente sensoriales de diferencia extrema: el aroma -tan diferente- del Nuevo Mundo, la "embriaguez olfativa" (Lévi-Strauss 1955: 93) que le embarga justo antes de desembarcar; la impresión de enormidad que todas las cosas producen en América, una "impresión violenta (…) que penetra y deforma nuestros juicios" (Lévi-Strauss 1955: 93); o lo que supone internarse en la selva y acostumbrarse a caminar, a habitar ese medio ambiente "que parece inmerso en un medio más denso que el aire: la luz sólo penetra enverdecida y debilitada; la voz no tiene alcance. El extraordinario silencio que allí reina, quizá resultado de esa condición, ganaría por contagio al viajero si la intensa atención que debe prestar a la ruta no lo incitara ya a callar. Su situación moral conspira con el estado físico para crear un sentimiento de opresión difícilmente tolerable" (Lévi-Strauss 1955: 429). La experiencia del trabajo de campo como eje sobre el que pivota el conocimiento antropológico no es sólo una experiencia intelectual, ni siquiera una experiencia que atañe a las emociones del sujeto; como una síntesis entre lo abstracto y lo concreto, es un conocimiento encarnado, una experiencia que compromete hasta el tuétano todo el ser del antropólogo como ser en el mundo. "¡Oh hurones, iroqueses, caribes, tupíes: heme aquí!" (Lévi-Strauss 1955: 92). 

[...] Como libro de aventuras,Tristes trópicos es una lectura para públicos amplios. Recrea ciertas convenciones del género y pone al aprendiz de antropólogo en la estela de los aventureros famosos, la de los personajes de Salgari, de Julio Verne, de Stevenson o, en clave más compleja, en la estela del Marlow conradiano o del capitán Ahab de Melville. Pero que el aventurero en este caso es un antropólogo lo demuestra la transparencia, en algunos pasajes del libro, de su ideal máximo de aventura; la transparencia del objeto de todos los desvelos, el destino de todos los esfuerzos, el santo grial del aventurero cuando no es un conquistador, ni un marinero, ni un evangelista, ni un comerciante, ni un buscafortunas. En sus propias palabras: "No existe perspectiva más excitante para un etnólogo que la de ser el primer blanco que penetra en una comunidad indígena. En 1938 esta recompensa suprema sólo podía obtenerse en pocas regiones del mundo, lo suficientemente escasas para poder contarlas con los dedos de una mano. Desde entonces esas posibilidades han disminuido más aún. Así pues, yo reviviría la experiencia de los antiguos viajeros y, a través de ella, ese momento crucial del pensamiento moderno en que, gracias a los grandes descubrimientos, una humanidad que se creía completa y acabada recibió de golpe, como una contrarrevelación, el anuncio de que no estaba sola, de que constituía una pieza en un conjunto más vasto, y de que para conocerse debía contemplar antes su irreconocible imagen en ese espejo desde el cual una parcela olvidada por los siglos iba a lanzar, para mí solo, su primer y último reflejo[…]" 

Los Tristes trópicos de Lévi-Strauss y el pathos nostálgico de la antropología Lévi-Strauss' Tristes tropiques and the nostalgic pathos of Anthropology Montserrat Cañedo Rodríguez Departamento de Antropología Social y Cultural. Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), Madrid.mcanedo@fsof.uned.es
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