miércoles, 31 de enero de 2018

CANADÁ de Richard Ford


Hoy os invito a un libro de sed, os invito a un trozo de mi corazón en donde existen flores en las grietas… 

Os invito a un lenguaje, el de Richard Ford, que en absoluto reconforta, es duro, desértico… Si bien, llega a la razón con la misma intensidad que un poema se posa en el vuelo de una mariposa. 

Os invito a una de sus novelas: «Canadá», que llegó a mi biblioteca sin pedir permiso y en ella se quedó, a salvo de los fantasmas digitales. Fue un regalo, mas tenía tanto por leer que se quedó en lista de espera ¡Maldita espera! Era un engaño, el libro, el autor, me esperaban con la paciencia de los sabios... Aprendí tanto... que, desde entonces, la espera para mí es una suerte de tiempo, al margen del tiempo. La espera ha conseguido sosegar mis impaciencias... y avivar  mi curiosidad... porque no es vano el deseo de conocer...  

 Con Ford, os invito a huir, en un movimiento constante, para volver a empezar… Porque, a decir verdad, tras vagar por nuevas tierras, recorrer caminos inciertos, incendios y destrucciones sin movernos de nuestro tiempo, sin salirnos de lo acostumbrado, hemos creído que debemos vivir para sobrevivir a la Vida… Mas no es así... 

¡Es la Vida la que siempre nos sobrevive! 

 ¡Os deseo que nadie os despoje del perfume de la Vida!



 LO QUE SE HA ESCRITO ACERCA DE LA OBRA 


«En «Canadá», Ford (Jackson, Misisipi, 1948) vuelve a territorios conocidos por sus seguidores: lenguaje áspero y despojado como el paisaje de Montana; el derrumbe del amor y la construcción de los siempre frágiles puentes que unen a padres con hijos; el reflejo casi automático que empuja a huir del pasado pero al mismo tiempo a extrañar lo que se deja atrás; el trabajo o la falta de trabajo como disparador; el exquisito arte y talento para tomar todas las malas decisiones y los caminos equivocados, y el movimiento perpetuo y el fantasma verdadero del poder volver a empezar. 

Hemos huido, hemos conocido nuevos mundos sin movernos Pero aquí Ford lo rehace con una madurez que deslumbra pero, también, conmueve. Porque conviene aclararlo: hay muchos libros excelentes, pero son contados los que apelan con igual fuerza a nuestro corazón y a nuestro cerebro. En ese sentido, los paisajes tanto geográficos como mentales de «Canadá» –la épica doméstica y delictiva de la familia Dell– recuerdan a la inquieta quietud en el cine de Terrence Malick a la altura de «Malas tierras» y «Días del cielo». 

O a ciertas añejas baladas asesinas cantadas por Johnny Cash o Bob Dylan, donde el elemento criminal (como el de Arthur Remlinger) es presentado con un lacónico pero arrollador lirismo que, nos guste o no, de inmediato nos hace sentirnos cómplices. Así, cuando la policía llega a arrestar a los padres de Dell, sentimos como si viniesen a por nosotros o a por nuestros padres. 
Dividida limpiamente en dos largas partes y una breve coda –el fordiano Great Falls en Montana y el atraco; Canadá y los asesinatos; un último encuentro entre los hermanos ahora grandes pero de algún modo pequeños para siempre–, Dell parece, como nosotros, ir encontrándole cierto sentido a su historia a medida que nos la cuenta. Pero lo suyo no tiene la ambigüedad de los narradores poco confiables de Joseph Conrad o Ford Madox Ford o Francis Scott Fitzgerald. 

Imposible no creer a Dell. El elemento criminal es presentado con un arrollador lirismo Ninguna duda perturba su relato o nos perturba a nosotros hasta las últimas páginas, cuando un Dell sexagenario y profesor de literatura nos habla de la lectura y del estudio de grandes ficciones como del «cruzar una frontera» y de la vida como algo a lo que debe intentarse sobrevivir. Igual sensación nos deja «Canadá»: hemos huido, hemos conocido nuevos mundos y nuevas personas sin movernos demasiado. Pero –y nunca nos cansaremos de experimentarlo– regresando siempre a esa nueva patria para siempre cada vez que volvemos a viajar y a vivir un gran libro».
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