martes, 17 de septiembre de 2013

RAYUELA de Julio Cortazar



Hoy os invito al París de Cortazar (Bruselas, 1914- París, 1984). Cuando, Rayuela, aquella "crónica de una locura" entró en mi vida yo era una joven estudiante de Filosofía y Letras. Ya podéis imaginar que estaba en el lugar adecuado y en el momento preciso. Por entonces, aquella obra era considerada desde hacía casi veinte años, como: "una llamada al desorden necesario". Nada podía resultar más seductor. He de reconocer que el autor, Cortazar, también me resultaba sumamente atractivo. 
 Con el libro ya en mi poder, me sentía la dueña de un inmenso tesoro, me encerré en él durante días, y me inundó de asombro, desconcierto y devoción. Después me he dado cuenta que nunca he salido de ese "grito de alerta", de esa "gigantesca humorada". Y no es menos cierto que no la he compartido en tertulias sesudas de palabras, humo y papel, he guardado el secreto de mi enamoramiento. Sí, del mismo modo que se guarda un recuerdo del viento del olvido. 

Así que os invito a un juego en donde hallaréis la liberación, más allá de cualquier frontera. Os propongo un juego sin reglas, ni idearios repletos de prejuicios. Os invito, como dijo el poeta, a una: "Prosa hecha de aire, sin peso ni cuerpo pero que sopla con ímpetu y levanta en nuestras mentes bandadas de imágenes y visiones..." Así es el París de Cortazar en Rayuela. Y así sigue siendo el alma de quienes se quedaron en el juego de aquella "contra novela".

¡Os deseo que encontréis a la Maga en las esquinas, de los versos-besos, de  los tugurios de cualquier ciudad ! 

Y..., por favor: ¡Evitadle el viento del olvido! 



Algunos fragmentos:

 "Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo" ( Pág, 6) 

 "Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua. ( Pág, 29)

 "¿Por qué tan lejos de los dioses? Quizá por preguntarlo. ¿Y qué? El hombre es el animal que pregunta. El día en que verdaderamente sepamos preguntar, habrá diálogo. Por ahora las preguntas nos alejan vertiginosamente de las respuestas. ¿Qué epifanía podemos esperar si nos estamos ahogando en la más falsa de las libertades, la dialéctica judeocristiana? Nos hace falta un Novum Organum de verdad, hay que abrir de par en par las ventanas y tirar todo a la calle, pero sobre todo hay que tirar también la ventana, y nosotros con ella. Es la muerte, o salir volando. Hay que hacerlo, de alguna manera hay que hacerlo. Tener el valor de entrar en mitad de las fiestas y poner sobre la cabeza de la relampagueante dueña de casa un hermoso sapo verde, regalo de la noche, y asistir sin horror a la venganza de los lacayos". ( Pág. 438).
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