sábado, 12 de mayo de 2012

DIARIO DE INVIERNO de Paul Auster



Hoy os propongo una invitación sobrecogedora. Os propongo vivir junto a los lémures del universo de Paul Auster (Estados Unidos, 1947), en la Colina de los Chopos: paradigma de lo que pudo ser y no fue. Sí, él será un residente "golondrina". Porque en este Cerro del Viento, todo aconteció del mismo modo  que acontece en nuestras propias vidas y, que lo sabemos, a ciencia cierta, si somos capaces de miramos hacia dentro, sin arrumacos de autocomplacencia ni lastimera nostalgia. Entonces lo sabremos, sabremos lo que pudo ser y no fue.

Y de entre todo aquello que si fue, y si es: conocer, aquí y de nuevo, al Paul Auster de "La trilogía de Nueva York" del "País de las últimas cosas" de " La invención de la soledad" del "Leviatán" o el de "La música del azar"... ha sido el mejor y el más egoísta deporte metafísico que he practicado. Si bien, ya desde aquel primer encuentro, lo he seguido con fe ciega, como si fuera el  dador infatigable de un maná que yo anhelaba, sin remedio. Y sin remedio me enamoré de su portentosa imaginación, de su prosa inteligente, de su ritmo original y trepidante, sí; y del mismo modo en que uno se convierte a una religión yo me convertí a Auster.
Fue entonces cuando comencé a unirme a otros muchos devotos del autor, que vagaban por el mundo, entre sus personajes inolvidables. Y vagamos, bien es cierto, vagamos: improvisando, a salto de mata, con la crónica de algún fracaso precoz, sumidos en el vacío de cada instante sucesivo, sin la menor idea de cual es el verdadero norte y reescribiendo el guión que la vida nos echa por tierra, una y otra vez. Pero, al cabo, vagamos.

Así, cuando cavilé acerca de la posibilidad de invitaros a esta aventura legendaria, me decidí por su: "Diario de invierno" (2012), y me decidí porque lo tengo recién cosido a mi alma y porque el parlamento que ha emergido, en la Colina de los Chopos, al atardecer, entre aquellos que fueron y el propio Auster, que aún es, ha desnudado algunos vínculos, ignorados o ya olvidados, de mi propia vida. Y dejándome abrazar por la noche incipiente, entre el susurro de aquellas voces, voces que fueron, perfumadas de romero, retama y jara, he pensado con ellos, con todos ellos:

 “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro…”

 Y, así, del mismo modo que ese "cualquier otro”, he dejado que el viento de la tarde, enredado en sus pensamientos, piense por mí… Allí, en el Jardín de los Poetas. Y en ese alborozado y epifánico momento, me he atrincherado en  un silencio obstinado para escuchar a mi verdad golpeante, que no es sólo un recuerdo...

¡Os deseo que vuestro diario de invierno, con vuestra verdad golpeante, contenga el exilio, la pasión y el perfume de aquellos peregrinos, que hicieron camino al andar…!

  
“Y su sonrisa te desarmaba, porque era magnífica en tu opinión, y se te ocurrió que si todos los habitantes del planeta fueran capaces de sonreír como ella, no habría más guerras ni conflictos personales, que la paz y la felicidad reinarían para siempre en la tierra” (Pág, 61)

 “A los cincuenta y siete, me encontraba viejo. Ahora, a los setenta y cuatro, me siento mucho más joven que entonces” (Pág, 35)

“Cuando a una persona le llega el momento de morir, su ser se muda a otra zona de la conciencia, donde es capaz de aceptarla” (Pág, 39 )

 “Por eso te negaste a aficionarte a las drogas, ni siquiera cuando los dionisíacos sesenta bramaban a tu alrededor. Alcohol, sí; tabaco, sí, pero nada de drogas” (Pág, 71) 

“Te gustaría saber quién eres. Con poco o nada para orientarte, das por sentado que eres el producto de vastas migraciones prehistóricas, de conquistas, violaciones y secuestros, que los prolongados y tortuosos cruces de tu horda ancestral se han extendido por muchos territorios y reinos…” (Pág, 125)

 “No podías llorar. Eras incapaz de mostrar tu aflicción de la forma en que suele hacerlo la gente, de modo que tu cuerpo se desmoronó y sintió tu pena por ti” (Pág, 139)

 “Se te humedecen los ojos al ver ciertas películas, te han caído lágrimas en las páginas de muchos libros, has llorado en momentos de inmensa tristeza personal, pero la muerte te desconecta y paraliza, secuestrándote toda emoción, todo cariño, todo contacto con tu propio corazón” (Pág,140)

 “ La inteligencia es una cualidad humana que no admite falsificaciones” (Pág, 211)


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