domingo, 21 de noviembre de 2010

ENSAYO SOBRE LA CEGUERA de José Saramago



“Ensayo sobre la ceguera” de Saramago ( Portugal, 1922-España, 2010) me llegó a través del sabio afecto de un amigo. Mis amigos son sabios y afectuosos. Hoy os invito a sentir la sabiduría de aquel afecto. Transcurría el año 1996 y yo atravesaba uno de esos momentos "inciertos" que la vida tantas veces nos regala a modo de:¡a ver si aprendes de una vez! Lo cierto es que la vida no es una buena pedagoga, al menos esa es mi opinión, o tal vez yo no sea una alumna aventajada.
La amo y me apasiona- la vivo intensamente- pero casi siempre aprendo mal y tarde de ella. Soy lo que podríamos denominar una “librolica anónima” que de vez en cuando entra en la realidad para echarle un vistazo. Y “visto lo visto” se retira a la ceguera.

Mis amigos conocen bien "mi afición por la ceguera" cuando la realidad se impone con sus absurdos y sus pedanterías . Es por ello que esa tarde el regalo prometía ser sumamente revelador. Siempre me había dicho a mi misma: ¡estás ciega! Y ahora venía Saramago con un ensayo acerca de la ceguera. ¡Todo un bombardeo en la línea de flotación! Recuerdo que comentamos, delante de una taza de café, los trazos argumentales de la contracubierta:
“Un hombre parado en un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el primer caso de una “ceguera blanca” que se expande de manera fulminante. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio…” “nos alerta acerca de “la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron…” “nos obliga a parar, cerrar los ojos y ver…”“recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de una novela que es, también, una reflexión sobre la ética del amor y la solidaridad…”
Ante las prometedoras líneas que nos introducían en la novela mi anhelo por descubrirla aumentaba. El autor de aquel regalo afectivo y oportuno jugaba con la ventaja de haber leído el libro y el humor y la ironía se impusieron. Naturalmente la " Parábola de los ciegos" de Pieter Brueghel que la editorial había elegido para la cubierta nos adentró en los vericuetos de la pintura. Pasión que compartíamos.

Hoy os invito a sentir la agnosis, la incapacidad de reconocer lo que se ve.Hay demasiadas razones para que el cerebro humano no quiera ver lo evidente; siempre nos alejamos de nuestros deseos más profundos y en consecuencia la mente se aburre con nuestras falsas verdades y con nuestros eufemismos.

En el 2006 se anunció la adaptación al cine de la novela. La película fue dirigida por Fernando Meirelles, se titula Blindness -conocida en español como Ceguera o A ciegas- y se estrenó en el 2008. No superó al libro.

¡Os espero tras la agnosis!


Con Saramago existe un ejercicio de concentración aún mayor por las características narrativas del autor. Utiliza párrafos largos, muchos verbos, pocos adjetivos explicativos y no usa el punto y seguido, en su lugar utiliza una coma y escribe la palabra posterior en mayúsculas. Además, alterna narraciones en tercera persona con monólogos de algunos de los personajes, de forma que a veces no es evidente saber si el personaje está hablando o pensando lo que está escrito. Sin embargo, su estilo delirante, en esta obra, nos procura una lectura cómplice que nos atrapa.
“Ensayo sobre la ceguera” podría ser una novela de terror, porque es difícil superar el impacto de la situación: un señor que conduce, y que de repente, ante un semáforo en rojo, se queda ciego. Pero no una ceguera normal: una amaurosis. En su desesperación, acude a varias personas para consolarse ante tal desgracia y con la esperanza de curarse o al menos de comprender el origen de su repentina tragedia.
La consecuencia directa es que todo aquel que ha tenido contacto, por mínimo que sea, con ese señor, se vuelve igualmente ciego. Esto es así hasta que la epidemia, de carácter exponencial, obliga al gobierno a intervenir para “aislar a los infectados”, que hasta ese momento son centenares, y mandan a los militares a expulsarlos a un manicomio abandonado. El poder del Estado sobre el individuo es sobrecogedor.

“Allí los protagonistas, de los que en ningún momento el narrador se molesta en decirnos sus nombres, malviven en unas condiciones inhumanas. Al principio la situación, dentro de que están desesperados por su ceguera, es tolerable, pero conforme avanzan los días y las dosis de provisiones se reducen -por miedo de los militares a infectarse-, se forman clanes, las mujeres son obligadas a prostituirse con el fin de intercambiar comida robada, la higiene y la salud comienza a obviarse por completo, el miedo y la resignación se apoderan de los ciegos, hasta que aparece un resquicio de esperanza: una mujer no está ciega y ha estado fingiendo todo el tiempo estar infectada, por lo que sirve de guía a sus compañeros.
Con un final muy acertado Ensayo sobre la ceguera es una de las grandes novelas acerca de la condición humana, próxima a El Señor de las Moscas, de William Golding  e inspirada levemente en el Leviatán, de Thomas Hobbes, en la idea de que “el hombre es un lobo para el hombre”. Aquí el aforismo se matiza en que “el hombre es cruel y despiadado por naturaleza ante situaciones extremas”.

Os propongo algunos fragmentos:

“La lógica y la eficacia mandaban que su participación de lo que estaba ocurriendo se hiciera directamente, comunicándolo lo antes posible a un alto cargo responsable del ministerio de la Salud, pero no tardó en cambiar de idea cuando se dio cuenta de que presentarse sólo como un médico que tenía una información importante y urgente que comunicar no era suficiente para convencer al funcionario medio con quien, por fin, después de muchos ruegos, la telefonista condescendió a ponerlo en contacto. El hombre quiso saber de qué se trataba, antes de pasarlo a su superior inmediato, y estaba claro que cualquier médico con sentido de la responsabilidad no iba a ponerse a anunciar la aparición de una epidemia de ceguera al primer subalterno que se le pusiera delante, el pánico sería inmediato. Respondía desde el otro lado el funcionario, Me dice usted que es médico, si quiere que le diga que le creo, sí, le creo, pero yo tengo órdenes, o me dice de qué se trata, o cuelgo, Es un asunto confidencial, Los asuntos confidenciales no se tratan por teléfono, será mejor que venga aquí personalmente, No puedo salir de casa, Quiere decir que está enfermo, Sí, estoy enfermo, dijo el ciego tras una breve vacilación, En ese caso, lo que tiene que hacer es llamar al médico, a un médico auténtico, replicó el funcionario, y, muy satisfecho de su ingenio colgó el teléfono…"( Pág, 26)

"La ocurrencia había brotado de la cabeza del ministro mismo. Era, por cualquier lado que se la examinara, una idea feliz, incluso perfecta, tanto en lo referente a los aspectos meramente sanitarios del caso como a sus implicaciones sociales y a sus derivaciones políticas. Mientras no se aclarasen las causas, o, para emplear un lenguaje adecuado, la etiología del mal blanco, como gracias a la inspiración de un asesor imaginativo la malsonante palabra ceguera sería designada, mientras no se encontrara para aquel mal tratamiento y cura, y quizá una vacuna que previniera la aparición de casos futuros, todas las personas que se quedaran ciegas, y también quienes con ellas hubieran tenido contacto físico o proximidad directa, serían recogidas y aisladas, para evitar así ulteriores contagios que, de verificarse, se multiplicarían según lo que matemáticamente es costumbre denominar progresión geométrica. Quod erat demonstrandum, concluyó el ministro. En palabras al alcance de todo el mundo, se trataba de poner en cuarentena a todas aquellas personas, de acuerdo con la antigua práctica, heredada de los tiempos del cólera y de la fiebre amarilla, cuando los barcos contaminados, o simplemente sospechosos de infección, tenían que permanecer apartados cuarenta días, Hasta ver. Estas mismas palabras, Hasta ver, intencionales por su tono, pero sibilinas por faltarle otras, fueron pronunciadas por el ministro, que más tarde precisó su pensamiento, Quería decir que tanto pueden ser cuarenta días como cuarenta semanas, o cuarenta meses, o cuarenta años, lo que es preciso es que nadie salga de allí. Ahora hay que decidir dónde los metemos, señor ministro, dijo el presidente de la Comisión de Logística y Seguridad, nombrada al efecto con toda prontitud, que debería encargarse del transporte, aislamiento y auxilio a los pacientes, De qué posibilidades inmediatas disponemos, quiso saber el ministro, Tenemos un manicomio vacío, en desuso, a la espera de destino, unas instalaciones militares que dejaron de ser utilizadas como consecuencia de la reciente reestructuración del ejército, una feria industrial en fase adelantada de construcción, y hay también, y no han conseguido explicarme por qué, un hipermercado en quiebra, Y, en su opinión, cuál serviría mejor a los fines que nos ocupan, El cuartel es lo que ofrece mejores condiciones de seguridad, Naturalmente, Tiene, no obstante, un inconveniente, es demasiado grande, y la vigilancia de los internos sería difícil y costosa, Entiendo, En cuanto al hipermercado, habría que contar, probablemente, con impedimentos jurídicos diversos, cuestiones legales a tener en cuenta, Y la feria, La feria, señor ministro, creo que sería mejor no pensar en ella, Por qué, No le gustaría al ministerio de Industria, se han invertido allí millones, Queda el manicomio, Sí, señor ministro, el manicomio, Pues el manicomio, Sin duda es el edificio más adecuado, porque, aparte de estar rodeado de una tapia en todo su perímetro, tiene la ventaja de que se compone de dos alas, una que destinaremos a los ciegos propiamente dichos, y otra para los contaminados, aparte de un cuerpo central que servirá, por así decir, de tierra de nadie, por donde los que se queden ciegos podrán pasar hasta juntarse a los que ya lo están. Veo un problema, Cuál, señor ministro, Nos veremos obligados a meter allí personal para orientar las transferencias, y no creo que haya voluntarios, No creo que sea necesario, señor ministro, A ver, explíquese, En caso de que uno de los contaminados se quede ciego, como es natural que ocurra antes o después, los que aún conservan la vista lo echarán de allí de inmediato, Es verdad, Del mismo modo que no permitirían la entrada de un ciego que quisiera cambiar de sitio, Bien pensado, Gracias, señor ministro, podemos pues poner en marcha el plan, Sí, tiene carta blanca. La comisión actuó con rapidez y eficacia. Antes de que anocheciera ya habían sido recogidos todos los ciegos de que había noticia, y también cierto número de posibles contagiados, al menos aquellos a quienes fue posible identificar y localizar en una rápida operación de rastreo ejercida sobre todo en los medios familiares y profesionales de los afectados por la pérdida de visión. Los primeros en ser trasladados al manicomio desocupado fueron el médico y su mujer. Había soldados de vigilancia. Se abrió el portalón para que los ciegos pasaran, y luego fue cerrado de inmediato. Sirviendo de pasamanos, una gruesa cuerda iba del portón de entrada a la puerta principal del edificio. Sigan un poco hacia la derecha, ahí hay una cuerda, agárrenla y síganla siempre hacia delante, hacia delante, hasta los escalones, los escalones son seis, advirtió un sargento. Ya en el interior, la cuerda se bifurcaba, una hacia la izquierda, otra hacia la derecha, el sargento gritó, Atención, su lado es el derecho. Al tiempo que arrastraba la maleta, la mujer guiaba al marido hacia la sala más próxima a la entrada…" (Pág 30-31)

"Pero no es así, por todas partes hay ciegos con la boca abierta hacia las alturas, matando la sed, almacenando agua en todos los rincones del cuerpo, y otros ciegos, más previsores, y sobre todo más sensatos, sostienen en sus manos cubos, palanganas, cazos, y lo levantan al cielo generoso, cierto es que Dios da nubes cuando hay sed. No se le había ocurrido a la mujer del médico la posibilidad de que de los grifos de las casas no saliera ni una gota del precioso líquido, es defecto de la civilización, nos habituamos a la comodidad del agua canalizada, llevada a domicilio, y olvidamos que, para que tal suceda, tiene que haber gente que abra y cierre las válvulas de distribución, estaciones elevadoras que necesitan energía eléctrica, computadoras para regular los débitos y administrar las reservas, y para todo faltan ojos. También faltan para ver este cuadro, una mujer cargada con bolsas de plástico, andando por una calle inundada, entre basura podrida y excrementos humanos y de animales, automóviles y camiones abandonados de cualquier manera, bloqueando la vía pública, algunos con las ruedas ya cercadas de hierba, y los ciegos, los ciegos, con la boca abierta, abriendo también los ojos hacia el cielo blanco, parece imposible cómo puede llover de un cielo así. La mujer del médico va leyendo los nombres de las calles, unos los recuerda, otros no, hasta que llega un momento en que comprende que se ha desorientado y anda perdida. No hay duda, se ha extraviado. Dio una vuelta, dio otra, ya no reconoce ni las calles ni los nombres que llevan, entonces, desesperada, se deja caer en un suelo sucísimo, empapado en cieno negro, y, vacía de fuerzas, de todas las fuerzas, rompe a llorar. Los perros la rodearon, olfatean las bolsas, pero sin convicción, como si ya se les hubiera pasado la hora de comer, uno de ellos le lame la cara, tal vez desde pequeño esté habituado a enjugar llantos. La mujer le acaricia la cabeza, le pasa la mano por el lomo empapado, y el resto de lágrimas las llora abrazada a él. Cuando al fin alzó los ojos, mil veces alabado sea el dios de las encrucijadas, ve que tiene ante ella un gran plano, de esos que los departamentos de turismo colocan en el centro de las ciudades, sobre todo para uso y tranquilidad de los visitantes, que tanto quieren poder decir adónde han ido como saber dónde están. Ahora, estando todos ciegos, parece fácil dar por mal empleado el dinero que han gastado, pero, en fin, hay que tener paciencia, dar tiempo al tiempo, debíamos haber aprendido ya, y de una vez para siempre, que el destino tiene que dar muchos rodeos para llegar a cualquier parte, sólo él sabe lo que le habrá costado traer aquí este plano para decir a esta mujer dónde está. No estaba tan lejos como creía, sólo se había desviado un poco en otra dirección, no tienes más que seguir por esta calle hasta una plaza, ahí cuentas dos calles a la izquierda, doblas después en la primera a la derecha, ésa es la que buscas, del número no te has olvidado. Los perros se fueron quedando atrás, algo los distrajo por el camino, o están muy acostumbrados al barrio y no quieren dejarlo, sólo el perro que había bebido las lágrimas acompañó a quien las lloraba, probablemente este encuentro de la mujer y el plano, tan bien dispuesto por el destino, incluía igualmente al perro. Lo cierto es que entraron juntos en la tienda, al perro de las lágrimas no le sorprendió ver a todas aquellas personas tendidas en el suelo, tan inmóviles que parecían muertos, estaba habituado, a veces lo dejaban dormir entre ellas, y cuando era hora de levantarse, casi siempre estaban vivas. Despertad, si estáis durmiendo, traigo comida, dijo la mujer del médico, pero primero había cerrado la puerta, no la vaya a oír alguien que pase por la calle. El niño estrábico fue el primero en levantar la cabeza, sólo eso puede hacer, la debilidad no le dejaba, los otros tardaron un poco más, estaban soñando que eran piedras, y nadie ignora lo profundo que es el sueño de las piedras, un simple paseo por el campo lo demuestra, allí están durmiendo, medio enterradas, esperando no se sabe qué despertar. Tiene, no obstante, la palabra comida poderes mágicos, mayormente cuando aprieta el apetito, hasta el perro de las lágrimas, que no conoce lenguaje, empezó a mover el rabo, el instintivo movimiento le hizo recordar que aún no había hecho aquello a que están obligados los perros mojados, se agitó con violencia, salpicando todo a su alrededor, en ellos es fácil, llevan la piel como quien lleva un abrigo.
Agua bendita de la más eficaz, bajada directamente del cielo, aquella rociada ayudó a las piedras a transformarse en personas, mientras la mujer del médico participaba de la metamorfosis abriendo una tras otra las bolsas de plástico. No todo olía a lo que contenía, pero el perfume de un trozo de pan duro ya sería, hablando elevadamente, la esencia misma de la vida. Están, al fin, todos despiertos, tienen las manos trémulas, las caras ansiosas, y entonces el médico, tal como le había ocurrido antes al perro de las lágrimas, recuerda quién es, Cuidado, no conviene comer mucho, puede hacernos daño, Lo que nos hace daño es el hambre, dijo el primer ciego, Haz caso de lo que dice el doctor, le reprendió la mujer, y el marido se calló, pensando con una sombra de rencor, Éste ni de ojos entiende, palabras injustas éstas, tanto más si tenemos en cuenta que no está el médico menos ciego que los otros, la prueba es que ni advirtió que su mujer venía desnuda de cintura para arriba, fue ella quien le pidió la chaqueta para taparse, los otros ciegos miraron en su dirección, pero era demasiado tarde, que hubieran mirado antes…"( Pág, 174-175-176).

lunes, 8 de noviembre de 2010

MEMORIAS DE UN AMANTE SARNOSO de Groucho Marx


Hoy es el cumpleaños de mi padre y por ello os invito al Groucho Marx escritor (Estados Unidos 1890-1977 ). Es, por tanto, una invitación a la impertinencia de lo mordaz y a la desfachatez necesaria para mirar la vida desde su verborrea cáustica.
Antes de adentrarnos en el libro “Memorias de un amante sarnoso”, deseo recordar con vosotros algunas de sus frases más célebres, lo hago por puro placer, por el placer de sentir los pensamientos de Groucho.

 "No deseo pertenecer a ningún club que acepte como socio a alguien como yo". Una de las frases que más me fascina de él. Porque cierto es que en ella hasta el propio Kant se hubiera puesto a pensar si dice lo que aparenta decir o aparenta decir lo que no dice.

“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Con certeza sé que era un hombre comprometido.

“Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien”. Era, sin duda, un romántico, un tímido y por ello conocer “muy bien” a las personas no le interesaba. Tenía razones de peso.

“Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…” Un nostálgico empedernido que sabe que las “pequeñas cosas” también tienen un precio por muy pequeñas que sean y que, naturalmente, ser pobre es una manera noble de sublimarlas.

“¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?” Es un cogito ergo sum que Descartes hubiera suscrito.

“Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”. Con esta frase comprendo el sentido repulsivo que produce en mí la televisión. ¡Y como lo dijo Groucho Marx me siento reconfortada!.

No hablaré aquí de su faceta de actor, aunque continúo viendo sus películas y me siguen divirtiendo. Sin embargo, la invitación era a un libro: “Memorias de un amante sarnoso” (publicado en 1963).  En él no contento con relatarnos algunas de sus aventuras galantes —condenadas eternamente al fracaso—, Groucho se lanza a una hilarante historia universal del amor, o mejor dicho del sexo, «esa gloriosa experiencia que la madre naturaleza improvisó con el fin de mantenernos en pie y, de vez en cuando, acostados».
Nadie más desvergonzado ni sarcástico para hablar del amor que Groucho, «amante sarnoso», como él mismo se califica, no sólo por su obsesión por las mujeres, sino sobre todo por su desfachatez. Aunque estas memorias no revelen ningún gran escándalo erótico -por desgracia, pues, como él dice, le habría asegurado las ventas-, ni recetas infalibles para la conquista amorosa, si proporcionan al lector en cada página una plenitud cómplice.

Espero que con esta invitación disfrutéis del primer vocabulario del hombre: la sonrisa.


Las " Memorias de un amante sarnoso" nos deja posados en un tiempo universal, repleto de anécdotas y reflexiones en donde la risa y la inteligencia componen la constelación de la buena literatura. 

El título: Sé muy bien que el título de este libro es engañoso…

La dedicatoria es toda una revelación:
Este libro fue escrito durante las prolongadas horas que pasé aguardando a que mi esposa acabara de vestirse para salir. En este sentido, si nunca se hubiera puesto nada encima, jamás se habría escrito este libro.

Acerca de la primera parte: 
L’ amour la gran diversión

En el Capítulo primero : ¡Viva la diferencia! advierte que no puede decir “los dos sexos”, porque actualmente existen tantas variedades que, si alguien dice “los dos sexos” se expone a que sus amigos lo consideren como a un ser caduco y anacrónico preguntándole en que caverna habrá residido en las últimas tres décadas.

Epílogo desde mi mecedora nos trasporta a su genialidad destructiva.

El final: Una nota sobre el autor escrita por Groucho Marx.
Escribir una autobiografía de Groucho Marx sería tan absurdo como leer una autobiografía de Groucho Marx. Resulta tan imposible de pasarlo al papel como sacar a Lawrence de Arabia, vestido con su albornoz y su turbante, de las ardientes arenas del Oriente Medio y ponerlo en simples letras de molde.
Por increíble que pueda parecer, estos dos personajes tienen mucho en común. Ambos poseen un poderoso carácter místico. Lawrence era meláncolico y caviloso, taciturno y reticente. Groucho tiene unos ojos penetrantes y anda de un modo un tanto desgarbado. Los dos, en menos tiempo del que cuesta decirlo, han cautivado la imaginación de millones de fanáticos seguidores…

A esta clase de hombres hay que concederles una pausa...

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