Hoy
os propongo una invitación sobrecogedora. Os propongo vivir junto a los lémures del
universo de Paul Auster (Estados Unidos, 1947), en la Colina de los Chopos: paradigma de lo que pudo ser y no fue. Sí, él será un residente "golondrina". Porque en este Cerro del Viento, todo aconteció del mismo modo que acontece en
nuestras propias vidas y, que lo sabemos, a ciencia cierta, si somos capaces de miramos hacia
dentro, sin arrumacos de autocomplacencia ni lastimera nostalgia. Entonces lo
sabremos, sabremos lo que pudo ser y no fue.
Y
de entre todo aquello que si fue, y si es: conocer, aquí y de nuevo, al Paul Auster de "La trilogía de Nueva York" del "País de las últimas cosas" de " La invención de
la soledad" del "Leviatán" o el de "La música del
azar"... ha sido el mejor y el más egoísta deporte metafísico que he practicado. Si bien, ya desde aquel primer encuentro, lo he seguido con fe
ciega, como si fuera el dador infatigable de un maná que yo
anhelaba, sin remedio. Y sin remedio me enamoré de su portentosa
imaginación, de su prosa inteligente, de su ritmo original y trepidante, sí; y
del mismo modo en que uno se convierte a una religión yo me convertí a Auster.
Fue
entonces cuando comencé a unirme a otros muchos devotos del autor, que vagaban
por el mundo, entre sus personajes inolvidables. Y vagamos, bien es cierto,
vagamos: improvisando, a salto de mata, con la crónica de algún fracaso precoz,
sumidos en el vacío de cada instante sucesivo, sin la menor idea de cual es el
verdadero norte y reescribiendo el guión que la vida nos echa por tierra, una y
otra vez. Pero, al cabo, vagamos.
Así,
cuando cavilé acerca de la posibilidad de invitaros a esta aventura legendaria, me decidí por su:
"Diario de invierno" (2012), y me decidí porque lo tengo recién
cosido a mi alma y porque el parlamento que ha emergido, en la Colina de los Chopos, al
atardecer, entre aquellos que fueron y el propio Auster, que aún es, ha
desnudado algunos vínculos, ignorados o ya olvidados, de mi propia vida. Y
dejándome abrazar por la noche incipiente, entre el susurro de aquellas voces, voces que fueron, perfumadas de romero, retama y jara, he pensado con ellos, con todos ellos:
“Piensas que nunca te va a pasar, imposible
que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán
esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le
suceden a cualquier otro…”
Y, así, del mismo modo que ese "cualquier otro”,
he dejado que el viento de la tarde, enredado en sus pensamientos, piense
por mí… Allí, en el Jardín de los Poetas. Y en ese alborozado y epifánico momento, me he atrincherado en un silencio obstinado para escuchar a mi verdad golpeante, que no es sólo un recuerdo...
¡Os
deseo que vuestro diario de invierno, con vuestra verdad golpeante, contenga el exilio, la pasión y el perfume
de aquellos peregrinos, que hicieron camino al andar…!
“Y su sonrisa te desarmaba, porque era
magnífica en tu opinión, y se te ocurrió que si todos los habitantes del
planeta fueran capaces de sonreír como ella, no habría más guerras ni
conflictos personales, que la paz y la felicidad reinarían para siempre en la
tierra” (Pág, 61)
“A los cincuenta y siete, me
encontraba viejo. Ahora, a los setenta y cuatro, me siento mucho más joven que
entonces” (Pág, 35)
“Cuando a una persona le llega el
momento de morir, su ser se muda a otra zona de la conciencia, donde es capaz
de aceptarla” (Pág, 39 )
“Por eso te negaste a aficionarte
a las drogas, ni siquiera cuando los dionisíacos sesenta bramaban a tu
alrededor. Alcohol, sí; tabaco, sí, pero nada de drogas” (Pág, 71)
“Te gustaría saber quién eres. Con poco
o nada para orientarte, das por sentado que eres el producto de vastas
migraciones prehistóricas, de conquistas, violaciones y secuestros, que los
prolongados y tortuosos cruces de tu horda ancestral se han extendido por
muchos territorios y reinos…” (Pág, 125)
“No podías llorar. Eras incapaz de
mostrar tu aflicción de la forma en que suele hacerlo la gente, de modo que tu
cuerpo se desmoronó y sintió tu pena por ti” (Pág, 139)
“Se te humedecen los ojos al ver
ciertas películas, te han caído lágrimas en las páginas de muchos libros, has
llorado en momentos de inmensa tristeza personal, pero la muerte te desconecta
y paraliza, secuestrándote toda emoción, todo cariño, todo contacto con tu
propio corazón” (Pág,140)
“ La inteligencia es una cualidad
humana que no admite falsificaciones” (Pág, 211)