jueves, 19 de agosto de 2010

LA SONRISA ETRUSCA de José Luis Sampedro



Conocí, como novelista, a José Luis Sampedro (Barcelona, 1917), gracias al título de su excelente relato: “La sonrisa etrusca”, cuando daba mi paseo habitual por la librería de Diego Marín: gran amigo y también un adicto a los libros. La razón es sencilla: entre otras aficiones y devociones académicas y profesionales, en mi época de estudiante universitaria, me había decidido por la Historia del Arte. Cuando se publica el libro en 1985 yo, aún recordaba con precisión lo que el Arte Etrusco había significado a finales del Siglo VI a. C.,

Con frecuencia una obra artística nace de una imagen que obsesiona a su autor. En el caso de Sampedro con “La Sonrisa Etrusca”, esta imagen es la de un anciano que contempla embelesado el conjunto escultórico colocado sobre el sarcófago etrusco conocido como "Los Esposos" en el museo de Villa Giulia en Roma.

En principio la idea era muy atractiva. El autor y yo teníamos en común la admiración por la misma obra de arte y por esa “sonrisa” particular del arte etrusco que Sampedro describe como: “sabia y enigmática, serena y voluptuosa”
Sin embargo, aún hubo más: la novela me fascinó. ¡Era el amor en estado puro!
Disfruté de su lectura y me invitó a sentir y sobre todo a dejarme sentir, como pocos libros lo habían hecho antes. Es la obra que hay que leer forzosamente. Compartirla con vosotros me colma de felicidad. Sus páginas, están teñidas de caricias con promesas en cada reflexión, en cada párrafo; son páginas repletas de ternura y amor, en definitiva: de vida.
Existe en la novela la realidad con esperanza. La realidad del anhelo que ofrecen las certezas. Se hallan en ella las convicciones que hacen de la espera un jardín donde se goza. 
En esta ocasión os invito  a un manjar  que sólo los buenos "gourmets" saben degustar con placer.
Es un libro escrito “enamoradamente”. Es una obra singular y única. 
Si necesitáis saber del amor: deletreadla.
Si necesitáis revivir: declamadla.
Si queréis saber lo que se disfruta leyendo: leedla.
“¡Todo es posible cuando sopla el buen viento de la suerte!”
Es posible, con el buen viento de la suerte, estrenar besos, ternuras, deseos, emociones, pasiones, amores.
 Sin embargo, detened el tiempo cuando se fragüe, en vuestras vidas, ese prodigio mágico, único, milagroso, irrepetible y sublime en el cual:

¡Dos corazones se besan!


La trama se teje en una situación cotidiana sin aspavientos artificiales. Un viejo campesino calabrés- Salvatore Roncone, alias Bruno- partisano de Roccasera (Calabria) llega a casa de sus hijos en Milán para someterse a una revisión médica. En el camino, mientras Renato- su hijo- realiza algunas averiguaciones con la administración del museo, Salvatore descubre la sonrisa indescriptible, sabia, enigmática, serena y voluptuosa del etrusco representado en la escultura, que con ternura abraza a su esposa. Ambos están recostados sobre un canapé en la presencia eterna que les da la piedra y con el enigma del misterio de un pueblo del que poco se conoce. Y en esa sonrisa del hombre etrusco, Salvatore se reconoce, con ella se identifica.
En su nuevo “hogar” de ciudad, la ciudad no es de su agrado, descubre su último afecto, una criatura en la que volcar toda su ternura: su nieto, que se llama Bruno, como a él le llaman sus camaradas partisanos. Y vive también su última pasión: el amor de una mujer- Hortensia- con la que descubrirá la parte del amor que nunca ha disfrutado y que ignoraba que pudiera existir.


He elegido algunos fragmentos de la novela, porque confío en que ellos os harán empatizar con la vida “sampedrianamente”.

“Aunque me mientas, dime que me quieres.” Yo se lo repetía, y muchas cosas dulces…(…)
Seguramente era feliz, sí, seguramente... Era bonito, ¿sabes?; hacer feliz es bonito...” (Pág, 156)

“¡Hasta con ellas, pasado el goce, me quedaba solo!... Hay
algo más, Hortensia, para no estar solo; hay algo más...” (Pág, 157)

“-Cierto, te comprendo. Yo le enseñaré cómo deseamos al hombre las mujeres –traduce Hortensia.
-¡Eso era! ¿Lo ves? ¡Siempre me aciertas!
Aunque nunca lo digamos, porque quisiéramos ser adivinadas; pero no sois capaces...
Sí, le enseñaré cómo adivinarnos los deseos. Y así será más hombre, mucho más hombre.
-¡Ay, Hortensia, Hortensia! ¿Por qué no tendría yo la suerte de que me enseñaras a mí?
Pero Hortensia se recuerda muy bien a sí misma cuando era joven.
-Entonces yo tampoco sabía... No nos quejemos, Bruno. Si nos hubiésemos encontrado antes no hubiéramos estado maduros el uno para el otro... ¿Te parece poco lo que tenemos?
Pues casi nadie lo consigue en esta vida. Ni a nuestros años ni en la juventud...
Casi nadie.
Si acaso le parecía poco, esas palabras dichas con tanta verdad -«el uno para el otro»-le saben a plenitud, porque también las entiende como «el uno al lado del otro»: no enfrente de la mujer, como él se situó siempre, sino a su lado... «¡La pareja etrusca!» …” (Pág, 167-168)

“Ya está dado el paso definitivo, ya el recuerdo deja de ser nostalgia para ser liberación…” (Pág, 169)


“Todos dirán “ahí va zío Roncone con su nieto el Brunettino... Pues pisa bien el mozo, levanta la cabeza, tan pequeñito y mírale: sale al
abuelo...”. Te liarán fiestas todos. Unos porque me quieren y otros porque me temen, sí…” ( Pág,180)

“No es difícil, yo te enseñaré.
Cuestión de olfato, ¿sabes?, y tú tienes mucho de eso, niño mío. Olfato para tratar a los hombres, ya aprenderás a mi lado.
Y a las mujeres, tratar a las mujeres. Eso vendrá después, es más difícil. Yo me creía un maestro y que con darles gusto iban ya bien despachadas. Eso no cuesta nada, al contrario,pero resulta que no... ¡Me hubiesen dado mucho más si yo hubiera sabido! La misma Dunka, no podrás conocerla. ¡Qué ojazos de miel con chispitas verdes, que unas veces se veían y otras no, según estaba ella...! Bueno, yo tampoco la conocí; ahora lo pienso. Pero ál fin he aprendido, con Hortensia. Es la que sabe, la que vale, más que ninguna jamás. Sus ojos claros, entre azules y violeta, no cambian nunca. ¡Qué seguridad!
Como la que a ti te dan mis brazos. ¡Qué amparo! Ojos que al principio no te impresionan, pero siguen mirando y te van calando, calando; te lo sacan todo. Hablas, confiesas, te rindes. ¿Y a quién mejor? Ésa de las mujeres es otra guerra, niño mío, pero una guerra al revés: da gusto ser prisionero... Tú eres aún pequeñito, pero ya sabrás de unos ojos así: una puñalada clavándose despacito, para gozarla mejor, hasta tu corazón...
Ahora comprendo la vida, ahora que para ti me salen pechos. Tú también comprenderás, pero antes. Lo que yo aún no sepa te lo enseñará ella. ¡Es tan segura y tan tierna!... Tan fuerte que me llevó en brazos... Cada vez que lo pienso, ojalá hubiese tenido mis sentidos aquel día. Pero entonces me hubiera puesto en pie para cogerla yo... Mejor así; saber que ocurrió, haber estado en ella como nunca. Esa mujer no es un matorral ardiendo; sino un manantial para siempre. No hay sed que ella no apague. Y será tu maestra porque ¡va a venir con nosotros! ¡Me la llevo a Roccasera; va a ser tu abuela!...” (Pág, 180)

Hortensia y Brunettino iluminarán la etapa final de la vida de Salvatore concediéndole toda su plenitud. Mientras tanto “la Rusca”, como llama él a su enfermedad, se divierte, irónica, con su oficio.
Una bellísima novela, una historia universal que José Luis Sampedro convierte en un delicado y real estudio acerca del eterno enigma del amor, abrigado por la legitimidad que le otorga el poseer un conocimiento profundo del alma humana.
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