domingo, 26 de febrero de 2012

DUBLINESES de James Joyce


Hoy, es un día tallado en los bajorrelieves de la vida. Imperturbable, puedo cumplir promesas, como harían los corsarios, y hacer "tratos" con los versos de un poeta...
Este día lo he pintado con los veranos de otras latitudes, con los almendros en flor cuando anuncian primaveras, y con la nieve del invierno. Lo he vestido con distintas y distantes ciudades, con ríos caudalosos u olvidados y con mares y cielos amarrados en azul. Lo he adornado con amor, con voces, con risas, con miradas y con sueños.Y siempre, desde que lo recuerdo, ha habido en él un libro. Así que hoy, y haciendo un exceso, os daré dos besos: un por mejilla, y os invitaré a tomar una Guinness en el Temple Bar de Dublín con James Joyce (1882-1941) y “Dublineses”,  que publicó en 1914. ¡Todo un exceso! Lo sé. Pero en este día, a lo largo de mi vida, siempre ha habido excesos. ¿Aceptáis la invitación?¡ Bien, pues a ritmo de pub irlandés os desvelaré uno de mis amores más secretos!


El "exceso" y el "amor secreto" vienen envueltos en una edición de principios del siglo XX, que guardo en mi biblioteca, y que he leído y releído hasta que el deleite era vencido por el sueño. Fue un regalo; sí, un gran regalo. Bueno, en realidad fue un hurto consentido. Un adulto, de mi familia, que amaba los excesos, permitió que tomara prestado de su biblioteca: “Dublineses”, a sabiendas de que jamás regresaría a ella. En aquel tiempo ya era una conocida e irredenta ladrona de libros. Y desde aquel entonces, “Dublineses” se convirtió en uno de mis amores más secretos. ¿Por qué?  Porque me lo prohibían. Tal vez, pero esa respuesta sería demasiado simple, dado que tenía por costumbre sustraer los libros que los mayores se reservaban. Por lo tanto esa hipótesis no es plausible. Simplemente amaba y amo a Joyce. Fue un amor a primera vista que, contra todo pronóstico, ha resistido el paso del tiempo.


La primera vez que leí a James Joyce era una adolescente presuntuosa que intentaba leer lo prohibido, aunque entendiera la mitad de la mitad. Después, con el paso de los años, las lecturas de James Joyce se fueron sosegando, y mi ignorancia se tornó de pedante en humilde. De este modo, Joyce, fue tomando carta de naturaleza y me procuró toda suerte de alegrías y descubrimientos. Como era sabedora de que se trataba de un amor secreto nunca hablaba de él. Nunca lo he regalado. Mi silencio acerca de Joyce me convirtió en sospechosa entre mis amigos más devotos. ¡Pero hoy he hecho un exceso! ¡Hoy, he proclamado su nombre a los cuatro vientos, desde The Oliver St. John Gogarty! Además, “Dublineses”, alguna vez en la vida hay que leerlo en Dublín. Y esa es la otra arista de mi invitación:


¡Id a Dublín y leed y releed “Dublineses”! Después ya nunca volveréis a ser quienes erais. Ya nada será como antes. Es un riesgo que merece la pena correr. Por lo demás, “ser como antes” tal vez ya no os interese.
Es un libro compuesto por quince hermosos relatos, los más perfectos de cuantos se han escrito. Y de entre todos ellos, y entre una y otra pinta de Guinness, deleitaros con: “Una pequeña nube” y “Los muertos”. En éste último descubriréis que se puede morir de amor, y seguir vivo… 


No obstante, para descubrir a “todo Joyce”, os deseo una larga y apasionada vida, compuesta de una plétora de acantilados, música celta, lluvia sobre verde, nieblas y vientos de misterio.


¡Disfrutad del bello paisaje joyceano y sus excesos, en el Temple Bar de la capital de Irlanda!


He seleccionado algunos fragmentos de los relatos, espero que no sean suficientes para colmar vuestra sed de excesos:


Ah, no hay amigos como los viejos amigos –dijo-, (Pág 18)


Pero, según pensé, las aventuras de verdad no tienen nada que ver con la gente que se queda en casa: hay que salir a buscarlas. (Pág 23)


Todos mis sentidos parecían desear esconderse tras un velo y, en el temor a desvanecerse, apreté las palmas de las manos hasta que temblaron, murmurando ¡ Oh, amor! ¡ Oh, amor! una y otra vez. (Pag 36)


Él la llamaba Poppens en broma. Todo comenzó con la simple excitación que para ella representaba contar con un amigo. (Pág 46)


Era una serena noche de verano; el puerto se extendía a sus pies como un espejo oscurecido. Siguieron caminando cogidos del brazo. (Pág 53)


Ella era… Algo estupendo –dijo sentidamente. (Pág 63)


Su esperanza y sus visiones se hicieron tan intrincadas que los almohadones que miraba desaparecieron de su vista, como desapareció de su memoria la razón de su espera. (Pág 83)


Recordó los libros de poesía en los anaqueles de su hogar... (Pág 85)
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