domingo, 29 de agosto de 2010

MEMORIAS DE ADRIANO de Marguerite Yourcernar



Hoy os invito a cenar con Marguerite Yourcernar, ella nació en Bruselas en 1903. Huérfana de madre, desde su nacimiento, su padre le proporcionó una educación exquisita. Marguerite, murió con “los ojos abiertos” en Estados Unidos en 1987. La obra de esta autora se merecía una cena, ya que no hubiera sido suficiente con una tertulia de café. Llegó a mí, hace años, de la mano de un amigo y nunca me he desprendido de ella. Es sublime, cercana, profunda y su inteligencia emocional te hace venerarla, inevitablemente, en todos y cada uno de sus escritos.
En esta cena “tan exclusiva” vamos a saborear una de sus obras, tal vez la más querida por ella:  "Memorias de Adriano”, el paradigma de la novela histórica. No un es sucedáneo ni, en modo alguno, una aventura irreflexiva de cotidianos o tópicos sabores. Acudid a esta cena con el alma vestida para la ocasión. Preparad el paladar para degustar los excepcionales condimentos y la estética de una cocina elaborada, imaginativa, delicada y sofisticada; regada con los mejores caldos. Os anuncio que lo que os hará sentir esta “delicatessen literaria” tiene que ver con las grandezas y las miserias de los hombres de todos los tiempos, y con los tiempos de todos los hombres. Nada os resultará ajeno. Hallaréis en cada plato un placer reconfortante que reconoceréis como exquisito.
Para Yourcernar, nuestra anfitriona, escribir esta novela fue una intención recurrente, a lo largo de toda su vida, basada en la frase inolvidable de Flaubert: «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre». “Gran parte de mi vida- nos confiesa la escritora- transcurriría en el intento de definir, después de retratar, a este hombre solo y al mismo tiempo vinculado con todo”
Adriano es un hombre de su tiempo y también un hombre erudito y pragmático cuando es necesario; se toma un tiempo para meditar sobre la Historia y el porvenir del Imperio, que expandió como estratega militar, o recuperó del poder de los insurgentes. Se dio tiempo para conocer el Cristianismo, aunque no lo practicó ni tampoco lo proscribió. Un hombre que será un contertulio de excelencia, en esta singular cena, a través de la acreditada voz de Marguerite Yourcenar.


Disfrutad de los placeres que nos regala la inteligencia, la sensibilidad y la vida plena, del que fuera el emperador más poderoso de su tiempo.


¡Os invito a que viváis intensamente este “momento único”, como nos indica Flaubert, ya que en la vida como en la Historia existen pocos momentos únicos!
¡Bon appetit!



"Memorias de Adriano” transcurre en ese momento histórico, marcado por Flaubert, en el siglo II de nuestra Era. Como emperador, Adriano, estaba considerado un semidios. Fue una persona instruida, capaz de escribir y filosofar y que tenía un gran fervor por la Grecia clásica ya que fue la base de su formación humana, filosófica y literaria.
Desde el primer momento,  en la novela, se nos presenta a un emperador a punto de morir, un alma abandonada por su cuerpo, y que no por ello ha perdido la serenidad.
Adriano medita y recuerda, anhelando que sus memorias sirvan de guía para vivir al hombre de todos los tiempos, pero también para morir de una manera conciliadora: "Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos..."
Marguerite Yourcenar reconstruye no sólo la vida de un hombre y una etapa de la Historia, sino que se recrea en su mente, en su cosmovisión; Adriano narra su propia biografía y paulatinamente el Emperador va dejando asomar al hombre.
"Memorias de Adriano” es una obra acerca del ser humano, un ser humano especial ya que se trata de un emperador romano en el que, como era habitual en su mentalidad, en ellos lo humano acariciaba lo divino.
Adriano en su lecho de muerte se dirige a Marco Aurelio, su sucesor, a través de una epístola. Lo que en un principio se nos presentan como las divagaciones de un moribundo rápidamente comienza a tomar forma y nos vemos apresados por la prodigiosa mente de esta persona; por sus pasiones, sus odios y sus ideas; en definitiva por la manera de ser y estar en el mundo en el que vivió. Adriano, estaba esencialmente influenciado por Grecia y su cultura: y ese fue su ideal del mundo. Su gran pasión no la encontró entre las mujeres, ni tan siquiera en la mujer con la que estuvo casado. Su gran pasión fue el joven Antinoo, al que conoció en Egipto. Este joven representaba para Adriano el canon de belleza. Antinoo se suicidó, tal vez por despecho o tal vez por un sacrificio ritual en honor a su amado. Ya que Adriano era muy aficionado al oscurantismo y a la astrología. Antinoo se suicidó de la forma más poética y romántica que pudiera imaginarse entonces: ahogándose en el Nilo. Sin embargo, Adriano confiesa que si Antinoo esperaba protegerlo con su suicidio, él debía asumir, con tristeza, que el amor que le profesaba era frágil ya, que no advirtió que el peor de los males que podía padecer era perderlo.


He elegido algunos fragmentos de esta novela porque creo que con ellos os llegará su grandeza.


"Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera…"( Pág, 12)

"El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente; mis primeras patrias fueron los libros…"( Pág, 17)

"Pasamos toda una noche discutiendo el mandamiento que exige amar al prójimo como a uno mismo; yo lo encontraba demasiado opuesto a la naturaleza humana como para que fuese obedecido por el vulgo, que nunca amará a otro que a sí mismo, y tampoco se aplicaba al sabio, que está lejos de amarse a sí mismo.
Por lo demás el pensamiento de nuestros filósofos me parecía igualmente limitado, confuso o estéril. Tres cuartas partes de nuestros ejercicios intelectuales no pasan de bordados en el vacío; me preguntaba si esa creciente vacuidad se debería a una disminución de la inteligencia o a una decadencia del carácter; sea como fuere, la mediocridad espiritual aparecía acompañada en casi todas partes por una asombrosa bajeza del alma…" ( Pág, 122)

"Pero los pedantes se irritan siempre de que conozcamos tan bien como ellos su mezquino oficio. Todo servia de pretexto a sus malignas observaciones. Había hecho yo incluir en los programas escolares las obras demasiado olvidadas de Hesíodo y de Ennio; los espíritus rutinarios me atribuyeron inmediatamente el deseo de destronar a Homero y al límpido Virgilio, a quien sin embargo citaban sin cesar. Con gentes así no se podía hacer nada …"( Pág, 122)

"Un nuevo proyecto me absorbió largamente, y aún me preocupa: el Odeón, biblioteca modelo, provista de salas de clase y de conferencias, que constituiría un centro de cultura griega en Roma. Le di menos esplendor que a la nueva biblioteca de Éfeso, construida tres o cuatro años atrás, y menos elegancia amable que a la de Atenas. Quería hacer de esta fundación una émula, ya que no la igual del Museo de Alejandría; su desarrollo futuro será de tu incumbencia. Mientras me ocupo de ella, suelo pensar en la hermosa inscripción que Plotina había hecho grabar en el umbral de la biblioteca creada por sus afanes en pleno foro de Trajano: Hospital del alma…"(Pág,125)

"Y pensaba que sólo dos asuntos importantes me esperaban en Roma. Uno era la elección de mi sucesor, que concernía al imperio entero; la otra era mi muerte, que sólo me concernía a mí.
Roma me había preparado un triunfo, que esta vez acepté. Ya no luchaba contra costumbres al mismo tiempo venerables y vanas; todo lo que saca la luz el esfuerzo del hombre, aunque sea por un día, me parece saludable en un mundo tan dispuesto al olvido…" ( Pág, 139)

"No tengo hijos, y no lo lamento. Verdad es que en esas horas de cansancio y debilidad en que uno reniega de sí mismo, me he reprochado a veces no haberme tomado el trabajo de engendrar un hijo que me hubiera sucedido. Pero esa vana nostalgia descansa en dos hipótesis igualmente dudosas: la de que un hijo nos sucede necesariamente y la de que esa extraña mezcla de bien y de mal, esa masa de particularidades ínfimas y extrañas que constituyen una persona, merezca tener sucesión. He empleado lo mejor posible mis virtudes, he sacado partido de mis vicios, pero no tengo especial interés en legarme a alguien… (…) Afortunadamente, en la medida en que nuestro Estado ha sabido crearse una regla para la sucesión imperial, ésta se determina por la adopción; reconozco en ella la sabiduría de Roma… (…)Conozco los peligros de la elección y sus posibles errores; no ignoro que la ceguera no es privativa de los afectos paternales; pero una decisión presidida por la inteligencia, o en la cual ésta toma por lo menos parte, me parecerá siempre infinitamente superior a las oscuras voluntades del azar y de la ciega naturaleza. El imperio debe pasar al más digno; bello es que un hombre que ha probado su competencia en el manejo de los negocios mundiales elija su reemplazante, y que una decisión de tan profundas consecuencias sea al mismo tiempo su último privilegio y su último servicio al Estado" ( Pág, 140-141)

"Lo miraba vivir. Mi opinión sobre él se modificaba de continuo, cosa que sólo sucede con aquellos seres que nos tocan de cerca; a los demás nos contentamos con juzgarlos en general y de una vez por todas…"( Pág, 143)

"Puede ser después de todo que tengan razón, y que la muerte esté hecha de la misma materia fugitiva y confusa que la vida. Pero desconfío de todas las teorías de la inmortalidad; el sistema de retribuciones y de penas deja frío a un juez que conoce la dificultad de juzgar. Por otra parte también me sucede encontrar demasiado simple la solución contraria, la nada, el hueco vacío donde resuena la risa de Epicuro… (…)Soy el que era; muero sin cambiar…" ( Pág, 160 )

"No todos nuestros libros perecerán; nuestras estatuas mutiladas serán rehechas, y otras cúpulas y frontones nacerán de nuestros frontones y nuestras cúpulas; algunos hombres pensarán, trabajarán y sentirán como nosotros; me atrevo a contar con esos continuadores nacidos a intervalos irregulares a lo largo de los siglos, con esa intermitente inmortalidad… (…) Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver... Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos..."  ( Pág, 163)

jueves, 19 de agosto de 2010

LA SONRISA ETRUSCA de José Luis Sampedro



Conocí, como novelista, a José Luis Sampedro (Barcelona, 1917), gracias al título de su excelente relato: “La sonrisa etrusca”, cuando daba mi paseo habitual por la librería de Diego Marín: gran amigo y también un adicto a los libros. La razón es sencilla: entre otras aficiones y devociones académicas y profesionales, en mi época de estudiante universitaria, me había decidido por la Historia del Arte. Cuando se publica el libro en 1985 yo, aún recordaba con precisión lo que el Arte Etrusco había significado a finales del Siglo VI a. C.,

Con frecuencia una obra artística nace de una imagen que obsesiona a su autor. En el caso de Sampedro con “La Sonrisa Etrusca”, esta imagen es la de un anciano que contempla embelesado el conjunto escultórico colocado sobre el sarcófago etrusco conocido como "Los Esposos" en el museo de Villa Giulia en Roma.

En principio la idea era muy atractiva. El autor y yo teníamos en común la admiración por la misma obra de arte y por esa “sonrisa” particular del arte etrusco que Sampedro describe como: “sabia y enigmática, serena y voluptuosa”
Sin embargo, aún hubo más: la novela me fascinó. ¡Era el amor en estado puro!
Disfruté de su lectura y me invitó a sentir y sobre todo a dejarme sentir, como pocos libros lo habían hecho antes. Es la obra que hay que leer forzosamente. Compartirla con vosotros me colma de felicidad. Sus páginas, están teñidas de caricias con promesas en cada reflexión, en cada párrafo; son páginas repletas de ternura y amor, en definitiva: de vida.
Existe en la novela la realidad con esperanza. La realidad del anhelo que ofrecen las certezas. Se hallan en ella las convicciones que hacen de la espera un jardín donde se goza. 
En esta ocasión os invito  a un manjar  que sólo los buenos "gourmets" saben degustar con placer.
Es un libro escrito “enamoradamente”. Es una obra singular y única. 
Si necesitáis saber del amor: deletreadla.
Si necesitáis revivir: declamadla.
Si queréis saber lo que se disfruta leyendo: leedla.
“¡Todo es posible cuando sopla el buen viento de la suerte!”
Es posible, con el buen viento de la suerte, estrenar besos, ternuras, deseos, emociones, pasiones, amores.
 Sin embargo, detened el tiempo cuando se fragüe, en vuestras vidas, ese prodigio mágico, único, milagroso, irrepetible y sublime en el cual:

¡Dos corazones se besan!


La trama se teje en una situación cotidiana sin aspavientos artificiales. Un viejo campesino calabrés- Salvatore Roncone, alias Bruno- partisano de Roccasera (Calabria) llega a casa de sus hijos en Milán para someterse a una revisión médica. En el camino, mientras Renato- su hijo- realiza algunas averiguaciones con la administración del museo, Salvatore descubre la sonrisa indescriptible, sabia, enigmática, serena y voluptuosa del etrusco representado en la escultura, que con ternura abraza a su esposa. Ambos están recostados sobre un canapé en la presencia eterna que les da la piedra y con el enigma del misterio de un pueblo del que poco se conoce. Y en esa sonrisa del hombre etrusco, Salvatore se reconoce, con ella se identifica.
En su nuevo “hogar” de ciudad, la ciudad no es de su agrado, descubre su último afecto, una criatura en la que volcar toda su ternura: su nieto, que se llama Bruno, como a él le llaman sus camaradas partisanos. Y vive también su última pasión: el amor de una mujer- Hortensia- con la que descubrirá la parte del amor que nunca ha disfrutado y que ignoraba que pudiera existir.


He elegido algunos fragmentos de la novela, porque confío en que ellos os harán empatizar con la vida “sampedrianamente”.

“Aunque me mientas, dime que me quieres.” Yo se lo repetía, y muchas cosas dulces…(…)
Seguramente era feliz, sí, seguramente... Era bonito, ¿sabes?; hacer feliz es bonito...” (Pág, 156)

“¡Hasta con ellas, pasado el goce, me quedaba solo!... Hay
algo más, Hortensia, para no estar solo; hay algo más...” (Pág, 157)

“-Cierto, te comprendo. Yo le enseñaré cómo deseamos al hombre las mujeres –traduce Hortensia.
-¡Eso era! ¿Lo ves? ¡Siempre me aciertas!
Aunque nunca lo digamos, porque quisiéramos ser adivinadas; pero no sois capaces...
Sí, le enseñaré cómo adivinarnos los deseos. Y así será más hombre, mucho más hombre.
-¡Ay, Hortensia, Hortensia! ¿Por qué no tendría yo la suerte de que me enseñaras a mí?
Pero Hortensia se recuerda muy bien a sí misma cuando era joven.
-Entonces yo tampoco sabía... No nos quejemos, Bruno. Si nos hubiésemos encontrado antes no hubiéramos estado maduros el uno para el otro... ¿Te parece poco lo que tenemos?
Pues casi nadie lo consigue en esta vida. Ni a nuestros años ni en la juventud...
Casi nadie.
Si acaso le parecía poco, esas palabras dichas con tanta verdad -«el uno para el otro»-le saben a plenitud, porque también las entiende como «el uno al lado del otro»: no enfrente de la mujer, como él se situó siempre, sino a su lado... «¡La pareja etrusca!» …” (Pág, 167-168)

“Ya está dado el paso definitivo, ya el recuerdo deja de ser nostalgia para ser liberación…” (Pág, 169)


“Todos dirán “ahí va zío Roncone con su nieto el Brunettino... Pues pisa bien el mozo, levanta la cabeza, tan pequeñito y mírale: sale al
abuelo...”. Te liarán fiestas todos. Unos porque me quieren y otros porque me temen, sí…” ( Pág,180)

“No es difícil, yo te enseñaré.
Cuestión de olfato, ¿sabes?, y tú tienes mucho de eso, niño mío. Olfato para tratar a los hombres, ya aprenderás a mi lado.
Y a las mujeres, tratar a las mujeres. Eso vendrá después, es más difícil. Yo me creía un maestro y que con darles gusto iban ya bien despachadas. Eso no cuesta nada, al contrario,pero resulta que no... ¡Me hubiesen dado mucho más si yo hubiera sabido! La misma Dunka, no podrás conocerla. ¡Qué ojazos de miel con chispitas verdes, que unas veces se veían y otras no, según estaba ella...! Bueno, yo tampoco la conocí; ahora lo pienso. Pero ál fin he aprendido, con Hortensia. Es la que sabe, la que vale, más que ninguna jamás. Sus ojos claros, entre azules y violeta, no cambian nunca. ¡Qué seguridad!
Como la que a ti te dan mis brazos. ¡Qué amparo! Ojos que al principio no te impresionan, pero siguen mirando y te van calando, calando; te lo sacan todo. Hablas, confiesas, te rindes. ¿Y a quién mejor? Ésa de las mujeres es otra guerra, niño mío, pero una guerra al revés: da gusto ser prisionero... Tú eres aún pequeñito, pero ya sabrás de unos ojos así: una puñalada clavándose despacito, para gozarla mejor, hasta tu corazón...
Ahora comprendo la vida, ahora que para ti me salen pechos. Tú también comprenderás, pero antes. Lo que yo aún no sepa te lo enseñará ella. ¡Es tan segura y tan tierna!... Tan fuerte que me llevó en brazos... Cada vez que lo pienso, ojalá hubiese tenido mis sentidos aquel día. Pero entonces me hubiera puesto en pie para cogerla yo... Mejor así; saber que ocurrió, haber estado en ella como nunca. Esa mujer no es un matorral ardiendo; sino un manantial para siempre. No hay sed que ella no apague. Y será tu maestra porque ¡va a venir con nosotros! ¡Me la llevo a Roccasera; va a ser tu abuela!...” (Pág, 180)

Hortensia y Brunettino iluminarán la etapa final de la vida de Salvatore concediéndole toda su plenitud. Mientras tanto “la Rusca”, como llama él a su enfermedad, se divierte, irónica, con su oficio.
Una bellísima novela, una historia universal que José Luis Sampedro convierte en un delicado y real estudio acerca del eterno enigma del amor, abrigado por la legitimidad que le otorga el poseer un conocimiento profundo del alma humana.

lunes, 16 de agosto de 2010

LOS RESTOS DEL DÍA de Kazuo Ishiguro


Ishiguro (Japón, 1954) llegó a mí con su obra: “Los restos de día” en 1991. Fue el regalo de un amigo un tarde cualquiera. Una invitación casual a una copa de buen vino. Estas invitaciones las acepto siempre. “Los restos del día” fue un descubrimiento que degusté con absoluta intensidad. Os confesaré que el título me fascinó. ¡Era tan evocador! La razón obedecía a que por aquellos años yo me dedicaba, casi en exclusiva, a otros asuntos relacionados con “los trabajos y los días” en donde no había lugar para los “restos de la vida”.
No tardé muchas horas en prendarme de la historia y de la exquisitez con la que el autor la había pensado y escrito. Había tanta contención en los sentimientos, tanta falta de espontaneidad, tanta renuncia, tanta resignación asumida como forma “digna” de vivir, tanto servilismo atento y ausente, tanta cárcel sin alma, tanto tiempo para otros y al servicio de otros y tanta decepción irremediable, que de vez en cuando tenía que “respirar” para continuar con la lectura. Pensé en una forma de esclavitud sofisticada y cruel: la que nos impone la costumbre, los prejuicios y la irreflexión. Lo cierto, es que la novela me pareció un ejercicio literario sumamente brillante, digno sólo de un escritor genial.
Su versión cinematográfica con el título: “Lo que queda del día”, se vio respaldado por las destacadas interpretaciones de Anthony Hopkins y Emma Thompson, dirigida por el norteamericano James Ivory en 1993. Sin embargo, en mi opinión, y a pesar de ser una excelente película, no pudo superar, en modo alguno, a la novela.
Espero que mister Stevens os conduzca, en el primer viaje en el que dispone de “tiempo a su gusto”, por los paisajes de su vida. Viajareis desde Darlington Hall hasta miss Kenton, en Weymouth. Y espero también que en algún instante de ese viaje os sorprendáis prestándole vuestra voz a sus sentimientos. Animándolo a vivir y a no dejarse morir bajo falsos y absurdos pretextos.
¡Buen viaje!
P.S: tal vez cambiéis el día por la noche.

La historia que nos regala Ishiguro transcurre en Inglaterra en 1956. Stevens, el narrador, durante treinta años ha sido mayordomo de Darlington Hall. Lord Darlington murió hace tres años, y la propiedad pertenece ahora a un norteamericano. El mayordomo, por primera vez en su vida, hará un viaje. Su nuevo patrón regresará por unas semanas a su país, y le ha ofrecido su coche, el que fuera de Lord Darlington, para que disfrute de unas vacaciones y Stevens, en el antiguo, lento y señorial auto de sus patrones, cruzará durante días Inglaterra rumbo a Weymouth, donde vive miss Kenton, antigua ama de llaves de Darlington Hall.
Y jornada a jornada, Ishiguro extenderá ante el lector una novela perfecta repleta de claroscuros, de disfraces que apenas se deslizan para desvelar una realidad mucho más amarga que los “grandiosos” paisajes que el mayordomo va recorriendo tomándo como guía el libro de mistress Symons : “Las maravillas de Inglaterra”
La novela constituye una lúcida y triste reflexión acerca de la vacuidad e inutilidad de tantas vidas humanas, emitidas en las efemérides de un típico mayordomo inglés que, en primera persona, va recapitulando las distintas particularidades que han marcado su experiencia “profesional”, para acabar constatando cómo ha malgastado su vida neciamente y ya de un modo irreparable.
Es a la vez una sórdida historia de amor y una escalofriante perspectiva de la confabulación a favor del nazismo y de la impotencia que siente un ser humano cuando alcanza a comprender que ha renunciado a su vida a cambio de haber cumplido con lo que creía que era “su deber”, su “dignidad”, “su profesión”, “su trabajo”.
Mister Stevens descubre, y también el lector, que hay algo aún más infame que haber servido a un hombre indigno.

Hay dos fragmentos que no me he resignado a dejar de desvelar. Espero que sean lo suficientemente elocuentes para suscitar en vosotros el interés por ésta gran historia.

“Había una historia que a mi padre le gustaba contar muy a menudo. Siendo yo niño, e incluso más tarde, en mis primeros años de lacayo bajo su supervisión, solía escucharle cuando la contaba a las visitas.
Recuerdo que volvió a contarla el día que fui a verle tras obtener mi primer puesto de mayordomo, en casa de los Muggeridge, una propiedad relativamente modesta situada en Allshot, en Oxfordshire.
Evidentemente, se trataba de una historia que para él significaba mucho. La generación de mi padre no tenía costumbre de analizar y discutir todo como hace la nuestra, por eso creo que la reflexión más crítica que mi padre llegó a realizar referente a su profesión fue esta historia que no dejó nunca de contar. En este sentido, podemos decir que la anécdota representa una pista esencial para conocer las ideas de mi padre.
Al parecer, era una historia verídica sobre un mayordomo que había viajado con su señor a la India, donde le sirvió durante muchos años manteniendo entre el personal nativo el mismo nivel de perfección que había sabido imponer en Inglaterra. Una tarde, como era habitual, nuestro hombre entró en el comedor para asegurarse de que todo estaba listo para la cena, y descubrió que debajo de la mesa había un tigre moribundo. El mayordomo abandonó en silencio el comedor, se aseguró de cerrar bien la puerta y se dirigió sin prisas al salón en que su señor tomaba el té con algunos invitados. Tosiendo educadamente, llamó la atención de su patrón y, acto seguido, acercándosele al oído, susurró:
-Discúlpeme, señor, pero creo que hay un tigre en el comedor. ¿Me permite que utilice el rifle?
Y según dicen, unos minutos después, el patrón y sus invitados oyeron tres disparos; cuando algo más tarde el mayordomo volvió a aparecer en el salón para rellenar las teteras, el dueño de la casa le preguntó si todo estaba en orden.
-Perfectamente, señor. Gracias -fue la respuesta-. La cena será servida a la hora habitual, y me complace decirle que no quedará huella alguna de lo ocurrido.
Esta frase, «no quedará huella alguna de lo ocurrido», es la que mi padre repetía siempre con más agrado, entre risas y gestos de admiración. Nunca mencionó el nombre del mayordomo, y no le oí decir si había alguien que le hubiese conocido; sin embargo siempre insistía en que los hechos habían acontecido tal y como él los describía. En cualquier caso, lo más importante no es saber si la historia es o no cierta. Lo interesante es, naturalmente, que la historia transmite en cierto modo las ideas de mi padre, ya que cuando pienso en su trayectoria profesional me doy cuenta de que a lo largo de toda su vida se esforzó por ser el mayordomo de su historia, y, a mi juicio, en el momento cumbre de su carrera mi padre logró lo que tanto ambicionaba. Aunque tengo la certidumbre de que nunca tuvo ocasión de encontrarse con un tigre debajo de la mesa del comedor, puedo citar varias ocasiones en las que pudo hacer gala de esa cualidad especial que tanto admiraba en el mayordomo de su historia”


“Miss Kenton seguía esperándome en el vestíbulo, en el mismo lugar desde donde me había llamado. Al verme salir, se encaminó en silencio hacia la escalera con una expresión extrañamente serena. Acto seguido se volvió y me dijo:
-Lo lamento mucho, mister Stevens. Su padre falleció hará aproximadamente unos cuatro minutos.
-Ya.
Se miró las manos y después, levantando de nuevo la mirada, añadió: -Lo siento mucho, mister Stevens. Quisiera poder decirle algo que le sirviera de consuelo.
-No es necesario, miss Kenton.
-El doctor Meredith todavía no ha llegado. -Durante un momento mantuvo la cabeza gacha, y de pronto soltó un sollozo. Casi al instante recobró la calma y preguntó con voz templada-: ¿Quiere subir a verle?
-Ahora estoy muy ocupado, miss Kenton. Quizá suba dentro de un rato.
-En ese caso, permítame que sea yo quien le cierre los ojos.
-Se lo agradecería mucho, miss Kenton.
Empezó a subir la escalera, pero la detuve y le dije:
-Miss Kenton, no me juzgue mal si no subo a ver a mi padre en el estado en que se encuentra, se lo ruego.
Estoy seguro de que a él le gustaría que siguiera con mi trabajo.
-Claro, mister Stevens.
-Si obrara de otro modo, creo que le decepcionaría.
-Claro, mister Stevens.
Me volví con la botella de oporto aún en mi bandeja y entré de nuevo en la sala de fumar. Ésta,
relativamente pequeña, parecía una selva de trajes de etiqueta, cabellos grises puros humeantes. Busqué copas vacías para volverlas a llenar, sorteando a numerosos caballeros”

jueves, 12 de agosto de 2010

IACOBUS de Matilde Asensi



Iacobus”, de Matilde Asensi (Alicante, 1962) es una dedicatoria persuasiva para iniciar el Camino de Santiago. No deja de ser una novela de “consumo rápido” y contiene todo lo que uno desea encontrar en este tipo de libros; sin más exigencias ni pretensiones. Sin duda, es un imperativo, para iniciarnos en nuestro peregrinaje, intimar con el majestuoso “Codex Calixtinus”, también llamado “Liber Sancti Iacobi”, considerada la obra inaugural y distintiva del Xacobeo. Gracias a ella conocemos la importancia del Camino de Santiago y en ella, encontramos la justificación de este movimiento medieval denominado: “La Europa de las peregrinaciones”. Asimismo, es necesario recordar que existen otros libros, inevitables, para aquellos que acostumbramos a darnos el placer entrañable de “ver” a través de las “miradas de otros” sumándolo a lo que ven nuestros ojos . Señalo algunos de estos libros: “El desvío a Santiago” de Cees Nooteboom, “El peregrino de Compostela” de Paulo Coelho, “Ultreia” de Luis Carandell, “Leyendas del Camino de Santiago” de Atienza, “El Camino secreto de Santiago” de Rafael Lema o “El alma de las piedras” de Sánchez- Garnica y tantos y tantos otros…


A “Iacubus” me invité a mí misma; del mismo modo que te invitas a un café en la cafetería más próxima en medio de las obligaciones cotidianas. Es costumbre muy arraigada en mí la de convidarme a un libro sin motivo aparente alguno y, lo cierto es que, lo hago con una frecuencia asombrosa. “Iacobus”, se había publicado ese mismo año de 2000, trataba del Camino de Santiago y, por tanto, me interesaba. También más tarde lo completé con una bella edición de “Peregrinatio” Lo leí mucho tiempo antes de tomar la decisión de convertirme en peregrina.
Tenía que llegar el momento de iniciar la peregrinación, había soñado con ella durante mucho tiempo, y ese momento llegó sin pedir permiso y me regaló más de lo que yo había imaginado. En la mochila llevaba muchas certezas que fui desterrando y otras que, durante el Camino, fui incorporando y que se han quedado en mi vida para siempre.
Me uní a los peregrinos de todos los tiempos y a los tiempos de cada peregrino. Galcerán de Born, el novicio Jonás, Sara, la hechicera de París, y las huellas templarias que jalonaban el Camino eran una referencia pero, en modo alguno, la única. No podía evitar codearme con la Historia ni con la arquitectura y su verdad. Sabía perfectamente que aquella “perigrinatio” tenía lecturas infinitamente más fecundas que las estrictamente habituales.
Sin embargo, en modo alguno, ese conocimiento impidió que reparara en lo esencial y en lo mágico que la ruta secular me ofrecía: sus paisajes, sus encrucijadas, su sed, su cansancio, su silencio, su belleza y sus enigmas. Matices que dan para toda una vida. El Camino es, ineludiblemente, el inicio de una esperanza nunca el final.


Allí hallé la paz, sencilla y prodigiosa, que sólo parece encontrarse en los sueños. Allí tuvieron lugar las nupcias con la otra parte de mi alma. Esa mitad que buscamos incansablemente y que creemos que no encontraremos jamás. Esa otra mitad que nos complementa y nos hace únicos.
Os invito a que iniciéis esta peregrinación repleta de misterios. Llegad hasta el “Finisterre” de vuestras sombras y disfrutad de la belleza de lo que en verdad sois.


¡Buen Camino, peregrino!




La novela de Matilde Asensi: “Iacobus” es un thriller histórico y de aventuras, está narrada en primera persona a modo de testimonio por el personaje: Galceran de Born. “Iacobus” está concebida como una larga misiva datada a principios del siglo XIV. En ella, Galcerán de Born, médico, conocido como el “persequitore” y antiguo monje de la Orden Hospitalaria de San Juan encuentra a Jonás (su hijo natural) en el convento de Ponç de Riba. Consigue hacerlo regresar a Portugal, pero a través del Camino de Santiago, de acuerdo a una serie de perfiladas indicaciones que le sirven de guía para convertirse en caballero y peregrino de acuerdo a su linaje. De esta manera, Jonás de Born será “iniciado” por su padre en los secretos que jalonan el Camino y la verdad de su nacimiento.
A Galcerán de Born le precede la fama de monje guerrero con una extraordinaria capacidad para resolver enigmas por lo que el Papa Juan XXII decide confiarle una misión: descubrir a los culpables de las muertes del Papa Clemente, del rey Felipe y de Guillermo de Nogaret.
Con la ayuda de Jonás, su hijo, que tardará en descubrir que Galceran es su padre, y de Sara de París, la hechicera judía de pelo blanco; consiguen la prueba definitiva que implica a los templarios en los asesinatos, como venganza por haber quemado en la hoguera al Gran Maestre del Temple.
Además, descubrieron en un pergamino, que el oro que los templarios tenían cuando fueron abolidos por el anterior Papa, había sido escondido a lo largo del Camino de Santiago en lugares señalados con la cruz de oro: la Tau.


El interés de Juan XXII por destruir a los Templarios y a sus “riquezas influyentes” hace que, de nuevo, le encomienda a Galcerán una nueva misión: hacerse pasar por un peregrino y descubrir los refugios secretos del tesoro templario y que les llevará a los confines de la Tierra: Finisterre. En Las Médulas, un laberinto bajo tierra, encontraron uno de los mayores secretos de la Historia: el Arca de la Alianza.


De este modo, el Camino de Santiago, instalado en el medioevo, se nos presenta como un hervidero por el que discurren médicos musulmanes, monjes guerreros y sabios judíos en busca de oscuras claves cabalísticas.


 Como es habitual en sus novelas, existe en el relato de Asensi un transfondo de amor " imposible" que concluye en que una vez descubiertos gran parte de los tesoros, y al hallarse cada vez más atrapado entre la codicia de la Iglesia y la persecución de los templarios, Galcerán de Born ( que a lo largo de todo el relato nos evoca a Guillermo de Baskerville) decida establecer un pacto con los caballeros templarios y, tras cambiar de identidad, huir con Sara, de la que se había enamorado, y con su hijo a la localidad de Serra d'el Rei, y es desde allí desde donde nos narra las vicisitudes de su vida.

martes, 10 de agosto de 2010

EL PRINCIPITO de Antoine de Saint-Exúpery



“El Principito” de Antoine de Saint- Exupéry ( Francia,1900-1944) es el libro al que he invitado a todos mis amigos ¡Ellos, bien lo saben! Imposible olvidar a la persona que me convidó a un manjar tan exquisito. Fue un adulto. Recuerdo que la primera vez que lo leí, era una niña, me detenía en las ilustraciones y, desde luego, como estaba dedicado a un niño- al niño que fue Leon Werth- me sentía absolutamente identificada con los argumentos del autor ¡Me parecía fantástico que un adulto- al que podía considerar como uno más de la familia- escribiera cosas tan interesantes y ciertas! Y sobre todo, lo que más me cautivó es que esas cosas no estuvieran escritas con los pretextos y las fábulas que exponían los autores de los “cuentos clásicos”, que ya habían empezado a cansarme.

Recuerdo especialmente la frase: "Era una vez un Principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo…"
No sé si porque tuve una infancia rodeada de adultos o si porque los adultos que me rodeaban estaban, a su vez, siempre muy ocupados en sus vidas interesantes y si porque además, vivíamos apartados del “mundanal ruido”. Lo cierto, es que yo siempre necesité un amigo, no un príncipe.  Naturalmente, los amigos no se pueden comprar en una tienda. Ni era algo que los adultos pudieran regalarme por Navidad. Un amigo es un asunto muy serio. Es algo personal e intransferible. Es algo esencial y nada esencial se puede comprar. Para tener un amigo debes "crear vínculos"y sólo Saint- Exúpery en boca de uno de sus personajes: el zorro, me dijo con absoluta claridad en qué consistía.

Mi infancia fue una maravillosa aventura de la que creo no he querido salir nunca. Naturalmente esta cuestión ha tenido sus inconvenientes y, algunas secretas ventajas para mi alma. 
Sólo “El Principito” me ha comprendido y me ha dado las claves para manejarme en el mundo de los adultos. Sin embargo, todavía no sé muy bien interpretar su jerga; por lo que su lectura me sigue siendo sumamente necesaria.
La sonrisa del Principito está en las estrellas cuando las miro. Su sonrisa me gusta mucho. Pienso mucho en ella. Como le ocurre al personaje del aviador.


Os invito a leer la historia en dónde, para gozar del juego de la vida, los adultos deben conservar alma de niños y en donde los niños han de disponerse para aprender a conseguir lo que no se vende.


¡Feliz reencuentro con el habitante del Asteroide B-612!


P.S: Por favor, decidme como se encuentra. Yo así me sentiré menos triste.



A lo largo de la fábula que nos propone Saint-Exupéry en “El principito” se advierte su delicada sensibilidad y una forma única de enjuiciar los comportamientos convencionales.
Existe en el libro un basamento autobiográfico- el autor, en 1935 tuvo un aterrizaje forzoso en el desierto del Sahara a bordo de un Candrón C-630 cuando trataba de hacer París-Saigón en un tiempo record, fue salvado por un beduino pero ya habían transcurrido tres días desde el accidente, por lo que sufrió los estragos de la deshidratación y padeció alucinaciones tanto visuales como auditivas- todo parecía presagiar su final de leyenda-. Saint-Exupéry desapareció junto con su nave Lightrning P-38, en Julio de 1944, durante una misión de reconocimiento destinada a preparar el desembarco en Provenza.

“El Principito” lo escribió en 1943, en la habitación de un hotel de Nueva York y fue en Estados Unidos donde primero se publicó. Traducido a más de ciento ochenta lenguas y dialectos está considerado como uno de los libros más leídos del mundo.
Los personajes y el argumento nos llevan a la consideración de la amistad, del amor y de una forma de vivir y de estar en el mundo desde un prisma singular. Es aparentemente fácil su comprensión, pero sólo es una apariencia. “El Principito” tiene un gran calado y es una crítica sin parangón a los prejuicios que transmitimos a los niños y que ejercen, sin cuestionarse, cuando son adultos. La cita del libro, que he elegido, y que os reproduzco es, sin duda, más elocuente que todas las consideraciones que yo pueda esgrimir:

“Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el principito era el asteroide B-612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco. Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento en un congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su manera de vestir. Las personas mayores son así.
Felizmente para la reputación del asteroide B- 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración.
Si les he contado todos estos detalles sobre el asteroide B- 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar:
"¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?"Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!"


La galería de personajes en los planetas que visita “El Principito”: el rey, el borracho, el vanidoso, el hombre de negocios, el farero y el geógrafo ; conforman un viaje por las actitudes y las formas de estar en el mundo, y de sentir la vida.

Ya cuando el Principito llega al séptimo planeta: la Tierra , siempre releo la conversación con el zorro, porque es la que me enseñó a "crear vínculos", y que os cito textualmente:

“Y luego continuó diciéndose: "Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe... "Y echándose sobre la hierba, el principito lloró.

Entonces apareció el zorro:
—¡Buenos días! —dijo el zorro.
—¡Buenos días! —respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.
—¿Quién eres tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres!
—Soy un zorro —dijo el zorro.
—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!
—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.
—¡Ah, perdón! —dijo el principito.
Pero después de una breve reflexión, añadió:
—¿Qué significa "domesticar"?
—Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?
—Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?
—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? —volvió a preguntar el principito.
—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos... "
—¿Crear vínculos?
—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
—Comienzo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
—Es posible —concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
—¡Oh, no es en la Tierra! —exclamó el principito.
El zorro pareció intrigado:
—¿En otro planeta?
—Sí.
—¿Hay cazadores en ese planeta?
—No.
—¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
—No.
—Nada es perfecto —suspiró el zorro.
Y después volviendo a su idea:
—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
—Por favor... domestícame —le dijo.
—Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
El principito volvió al día siguiente.
—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.
—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
—Ciertamente —dijo el zorro.
—¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.
—¡Seguro!
—No ganas nada.
—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.
Y luego añadió:

—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
—No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros.
Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa…
Y volvió con el zorro.
—Adiós —le dijo.
—Adiós —dijo el zorro—. 
He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para recordarlo.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has dedicado a ella.
—Es el tiempo que yo he dedicado a ella... —repitió el principito para recordarlo.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
—Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo”

miércoles, 4 de agosto de 2010

LA TREGUA de Mario Benedetti



Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009) es uno de mis poetas, el que glosa la realidad, el que construye amores y vidas sobre metáforas urbanas; dotándolas de conciencia y de justicia social. Todo en él es de carne y hueso. Si bien, su prolífica obra literaria incluye: cuentos, novelas, teatro y ensayo. Para mí es: “mi poeta”. A Benedetti lo he perseguido siempre, caminando tras sus pasos, con la necesidad de agua que posee un sediento en el desierto.
Pero cuando lo amé, cuando me estremecí con las caricias de sus palabras, fue en Montevideo releyendo “La tregua”. Allí lo conocí. Conocí su gris, su lluvia, su espera parsimoniosa, su rebeldía pausada y, a la vez, repleta de tenacidad. Conocí: “Que el Sur también existe”
Hoy, os invito a vivir “La tregua”; -publicada en 1960 y candidata en su versión cinematográfica a los Premios Óscar, mejor película extranjera- con ella os hospedaréis en el diario de un hombre que ya está en vísperas de su jubilación. No obstante, la forma narrativa, a modo de diario, es sólo una herramienta que, el autor utiliza, para trasladar a las conciencias de los lectores una profunda reflexión acerca de los matices esenciales de la vida, que son comunes a todos: ya se viva en Montevideo, en Madrid, en París o en Londres.
En “La tregua” hallaréis los elementos para ser un poco más sabios. Y estaréis seguros de que todo está en los libros y todo está en la vida. De que los unos y la otra se complementan."La tregua" es el paradigma de la exquisitez de la vida que hay en los libros y, también, de la inquietud que existe en los libros que nos hablan de la vida.
¡Os deseo una lectura que os llene de vida!

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“La tregua” nos va informando de los acontecimientos a través de las entradas del diario del protagonista: Martín Santomé. “Un triste con vocación de alegre” que él atribuye, como rasgo definitorio del carácter de su hija Blanca. Viudo y padre de tres hijos ya con “sus vidas en marcha” y, naturalmente, cada uno con una relación con su padre y de éste con ellos muy singular y en absoluto exenta de contrariedades.

“La tregua” es una negociación entre la vida y el protagonista, cuando éste ve aproximarse ese día indeterminado en donde se hace presente el absurdo de las componendas vitales. Es entonces cuando la vida le brinda una tregua para descubrir el verdadero amor en la joven oficinista Laura Avellaneda. Y Benedetti nos obsequia con un amor portentoso: “Ella me daba la mano y no hacía falta más... Ella me daba la mano y eso era amor”.

Sin embargo, en la novela se contempla también la duda acerca de Dios y la necesidad de tener un Dios asequible y cercano al corazón. Se contemplan “las obligaciones vitales” como sedes de las cárceles más terribles. Se contempla “la rutina”, que puede llegar a sernos plácida ya que, como le ocurre a Santomé, nos autoriza a rememorar todas las decepciones.

Apostilla Benedetti, en sus reflexiones, a través de la voz de Santomé, que lo frecuente –y que por frecuente no deja de ser lúgubre - es que nos habituemos a la rutina y a su mediocridad fatídica, que arrinconemos perpetuamente lo que deseamos ser y hacer. Tal vez, sea así. ¿Nos negamos a nosotros mismos en pro de los requerimientos de las “obligaciones vitales” y de la “rutina”, que nos procuran un falso ocio y nos impiden el placer reconfortante del verdadero contacto humano? 
En “La tregua” hallaréis la corrupción- en nuestras ilusiones- que provoca el paso del tiempo. La corrupción en la política, en las personas y en los medios de comunicación. Hallaréis la muerte cuando nos visita a deshoras. Hallaréis el significado del placer con mayúsculas. Es, sin duda, el espacio literario más idóneo para replantearse la vida.

lunes, 2 de agosto de 2010

EL HEREJE de Miguel Delibes



Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) es el acompañante de toda mi vida, no recuerdo quien me lo presentó. Es de esos autores con los que pareces haber nacido. Sé que “La sombra del ciprés es alargada” la leí en torno a los 12 años. Y que me quedé sumida en una soledad sin precedentes. Nunca supe si esa “soledad lastimera” se debió a mi edad o al personaje de la novela y a su trágica vida.
Después, exceptuando los libros dedicados a la caza (porque me superaban sus conocimientos); las novelas de Delibes pasaron por mis manos, una a una, y en todas hallaba la admiración necesaria para esperar, con impaciencia, la siguiente. “Cinco horas con Mario” la seguí hasta el teatro, con la magnífica interpretación de Lola Herrera. ¡Un monólogo insuperable! Así ocurrió con “Los santos inocentes” o con “Las ratas”, en el cine.

Ahora pienso que Miguel Delibes me presentaba una realidad tan dura, tan innegable e inquebrantable que a mi espíritu soñador lo dotaba de equilibrio. En mi vida intento hacer lo mismo: mezclo los sueños con la realidad y procuro no agitar la mezcla. A veces, esta propuesta me ha llevado a buen puerto.

Hoy, os invito a leer “El hereje” y no me ha costado un gran esfuerzo decidirme por esta novela: la compartí con mi padre.
“El hereje” es un himno entusiasta a la tolerancia y a la libertad de conciencia. En donde las personas luchan por permanecer en un mundo difícil, repleto de controversias; al cabo, en el mundo que les tocó vivir. Es lo que tratamos de hacer todos en el momento histórico en el que nos corresponde existir, y que, en modo alguno, elegimos. Es una novela sobre los fanatismos del alma y los poderes que los convierten en armas mortales contra los propios hombres.
¡Os deseo un buen viaje hacia la tolerancia!


“El hereje” es una novela contextualizada en el Valladolid de la época de Carlos V. Por tanto nos referimos a una historia con intereses universales. Valladolid era la capital del Imperio y la Península Ibérica se convertiría- desde El Escorial, con Felipe II- en el bastión de la Contrarreforma. En 1517, Martín Lutero fijó sus noventa y cinco tesis, contra las indulgencias, en la puerta de la iglesia de Wittenberg, hecho que originaría el Cisma de la Iglesia Romana de Occidente y la Reforma protestante.
Cipriano Salcedo- el personaje que se atreve a defender sus ideales contra lo establecido- nace ese mismo año en la villa de Valladolid. Su madre- Catalina Bustamante- muere de sobreparto y será su nodriza, Minervina, quien le de los afectos necesarios que procuran el equilibrio del alma. Su padre: Bernardo Salcedo, detesta al niño, por considerarlo culpable de la muerte de su madre, al tiempo que un obstáculo para la relación sentimental que pretende con la nodriza.
Cipriano tuvo como preceptor a Don Álvaro Cabeza de Vaca, del que aprendió actitudes ante la adversidad. Después su padre lo arrancó de la casa familiar- con un pretexto baladí - y lo ingresó en El Hospital de Niños Expósitos donde conoció la parte más oscura, pícara y real de la vida. Cuidó enfermos día y noche – en la epidemia de peste que se había declarado en la zona- y perdió a dos compañeros: Tito Alba y Gallofa. Tras la muerte de su padre, se encargó de él su tío Ignacio. Se fue a vivir a su casa y mantuvo una relación amorosa con Minervina, hasta que, descubiertos por la mujer de su tío, la nodriza- amante fue expulsada. Cipriano la buscaría durante toda su vida sin conseguir hallarla.

Con el tiempo, Cipriano Salcedo, se convierte en un hombre ilustrado- doctor en leyes- nombrado Doctor- hidalgo, y en un próspero comerciante; casado con Teodomira -mujer poco leída, con la que no tuvo hijos- y que murió de locura en un manicomio.
A Cipriano al que le interesan las nuevas corrientes de pensamiento introducidas en la Iglesia por Lutero y que de forma clandestina se iban estableciendo en el reino; asienta una excelente relación con la secta protestante de Valladolid y posteriormente con las de toda España viajando hasta Alemania. Esta circunstancia hace de Cipriano Salcedo, un hombre leído, vivido, comprometido y viajado. En la secta de Valladolid encuentra a personas con sus mismas inquietudes, como Carlos Cazalla, su hermano Juan y su hermana Beatriz, don Carlos de Seso, doña Francisca de Zúñiga, el joyero Juan García, el bachiller Herrezuelo, Catalina Ortega, fray Domingo de Rojas y su sobrino Luis, y a la que sería su gran amor: Ana Enríquez; mujer poderosa, inteligente, valiente y bella.


Concluye la novela con el enfrentamiento entre el poder establecido y la libertad de los individuos a pensar y a actuar según sus criterios. La magistral forma narrativa de Delibes hace de ésta obra una referencia para todos aquellos que, de alguna manera, pretenden vivir según lo que piensan y en coherencia con su conciencia. Aunque no sea lo imperante ni el paradigma de lo instaurado. El crecimiento a lo largo de la vida y los cambios que el conocimiento procura en las personas,  convierten al " El hereje" en una obra donde las pasiones intelectuales y carnales se dan la mano sin esfuerzo dicotómico alguno. Y en donde el fanatismo presenta su imagen más cruel.

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